En el Nuevo Testamento Juan el Bautista, llamado así porque predicaba a los judíos el arrepentimiento de pecados y a aque­llos que confesaban sus pecados eran bautizados, estaba bautizando. Jesús fue a Juan para que lo bautizara. Juan ha­bía hablado que vendría una mayor que ante quien no era digno ni de desatarle las correas de sus sandalias. Pero ante la insistencia de Jesús de bautizarse, Juan accedió. Pues Juan decía que por el con­trario Jesús debía bautizarlo a él. Al salir del agua la Biblia dice que: “Tan pronto como Jesús fue bautizado, subió del agua. En ese momento se abrió el cielo, y él vio al Espíritu de Dios bajar como una paloma y posarse so­bre él. 17 Y una voz del cielo decía:”Éste es mi Hijo amado; estoy muy compla­cido con él.” Mateo 3:16 y 17 NVI

¿Qué hizo Juan el Bautista cuando vio a Jesús? “Juan vio a Jesús que se acercaba a él, y dijo:

« ¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo! 30 De éste hablaba yo cuando dije: “Después de mí viene un hombre que es superior a mí, porque existía antes que yo” 31 Yo ni siquiera lo conocía, pero, para que él se revelara al pueblo de Israel, vine bautizando con agua.» 32 Juan decla­ró: «Vi al Espíritu descender del cielo como una paloma y permanecer sobre él. 33 Yo mismo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas que el Espíritu desciende y permanece, es el que bautiza con el Espíritu Santo”34 Yo lo he visto y por eso testifico que éste es el Hijo de Dios.»” Juan 1:29-34 NVI

Juan dijo: “Aquí tienen al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” Además dijo: “Yo lo he visto y por eso testifico que éste es el Hijo de Dios.” Jesús, era Dios. Dios que había tomado la forma de hom­bre. La divinidad se había vestido de car­ne y huesos para habitar entre nosotros, entender nuestros sufrimientos y tenta­ciones, socorrernos en el momento de an­gustia y salvarnos de nuestros pecados. Jesús el hijo de Dios, fue tentado en todo pero sin pecado. Jesús jamás pecó. Por lo tanto podía ser el único sacrificio perfecto que podía morir por la humanidad para expiar nuestros pecados y reconciliarnos con Dios. Por eso es que Juan el Bautista le llama el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Jesús no fue un már­tir, no fue un hombre muriendo por otros
hombres. Jesús fue el hijo de Dios que murió en la cruz voluntariamente y en obediencia al Padre Dios para rescatarnos de nuestros pecados.

Es como que usted en un momento de ira, haya tomado una pistola y matado a dis­paros a su vecino. No fue en defensa pro­pia, fue en el calor del enojo. Es juzgado y no condenado a cadena perpetua sino a la pena de muerte. El día de su ejecución usted va llorando, sin esperanza. Usted está perdido. Sabe que ante la ley de los hombres es culpable. Que ni siquiera dedicándose a salvar durante todos los días de su vida a los moribundos en el mundo entero podrá resucitar a quien mató. Usted debe pagar el precio por su condena. Sin muchas fuerzas y con una desesperanza sin igual, usted se dirige a su muerte. De pronto alguien sale en medio de la multitud que será testigo de la ejecución. Y dice: “Suéltenlo. Yo voy a morir en su lugar.” Esta persona jamás ha matado a nadie. Es el mejor ciudadano de su ciudad. Pero insiste tanto que sueltan al condenado y llevan y ejecutan al hom­bre inocente”

“Porque Cristo murió por los pecados una vez por todas, el justo por los in­justos, a fin de llevarlos a ustedes a Dios. Él sufrió la muerte en su cuerpo, pero el Espíritu hizo que volviera a la vida.” 1 Pedro 3:18 NVI

El evangelio de Jesús, esa buena noticia, es aquella que dice que todos estamos condenados a muerte eterna por des­obedecer y rebelarnos ante los manda­mientos de Dios, pero que para librarnos de la muerte y declararnos justos – no por nuestras obras pues éramos peca­dores -, Dios envió a su hijo Jesús a la tierra y quien fue tentado en todo pero sin pecado, el único que cumplió toda la ley del Antiguo Testamento para morir en nuestro lugar en la cruz del Calvario para salvarnos. Creer en ese sacrificio de Jesús en la cruz, es lo único que salva. Je­sús intercambió lugares con usted. Usted debía morir y él murió en su lugar. ¿Es un pecador? Llena el primer requisito para ser salvo. Sólo le falta algo más. Arrepen­tirse de la vida que ha llevado ignorando a Dios y creer y recibir el perdón de pe­cados. Jesús vino a morir por nosotros los pecadores. Para darnos una nueva vida. Jesús no murió porque fuéramos buenos, sino porque éramos malos. Reciba hoy su perdón y viva para él.

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