Era día sábado y mi esposa con mis hijos anda­ban en un compromiso y yo en otro. Regresé a la casa antes que ellos. Todo iba bien, hasta que quise entrar por la puerta principal. Una sola cosa me había faltado. Nunca me pasa, pero por algún motivo había dejado la llave dentro de la casa. A pesar que estaba frente a mi casa, no podía entrar. Era mi casa, pero no tenía acceso a ella. Una sola cosa me limitaba. Era una pequeña llave, tan pequeña que en la palma de mi mano parecía una nada. Esa lla­ve no podía lastimarme de ninguna manera estando conmigo, pero lejos de mí, me estaba matando. Rápidamente pensé en las opciones que tenía. Una era llamar a mi esposa para ver a qué hora regresaba. La otra era esperar afue­ra mientras todos los vecinos que pasaran fren­te a mí, pensarían que estaba loco al estar sin propósito ahí parado frente a la puerta de mi casa. Y la última opción, era llamar a un amigo para que llegara por mí y nos fuéramos a tomar un café y esperar a que regresara mi esposa. Y así fue. Me decidí por la última opción y un par de horas después, estaba dentro de mi casa y buscando la llave para que no me volvería a ocurrir este incómodo acontecimiento.

Una llave representa acceso. Pero también re­presenta seguridad. Es tan pequeña pero sin ella, no importa si es nuestra casa, no podemos entrar. No sólo las llaves brindan seguridad, los portones, las cámaras y los agentes privados en los condominios también. ¿Por qué utilizamos candados y llaves? Para cuidar lo más valioso. Aquello que consideramos es tan preciado que no podemos darnos el lujo que alguien entre y se lleve lo que es nuestro. Cuidamos nuestra casa, nuestros carros y todo aquello que consi­deramos valioso.

Pero razón tenía el sabio Salomón, hijo del rey David en Israel cuando dijo: “Por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida.» Proverbios 4:23 NVI Solemos prote­ger todos los bienes pero muy pocos hablan acerca de proteger su corazón. Es más, le en­tregan la llave de su corazón a cualquiera para que entre y viva a su antojo. Salomón nos dice que de todo lo que cuidamos, es el corazón el que más debemos cuidar. La razón de cuidar nuestro corazón, es porque de él fluye la vida. Es del corazón de donde sale el agua que riega el jardín de nuestra vida. Y si no lo cuidamos, afectaremos la esencia del vivir.

El corazón representa el centro de operacio­nes de las emociones y del intelecto. Salomón tenía razón. Si algo debemos cuidar es nues­tro corazón, nuestras emociones y nuestros pensamientos. De ellos proviene el estado de nuestra vida que afecta nuestra interacción con los demás.

No somos lo que sentimos, somos lo que pensamos y entonces, sentimos lo que pensamos. Yo siempre digo: Lo que pienso, siento. Lo que siento, manifies­to. Lo que manifiesto crea mi realidad. Una catástrofe o un paraíso, todo por un pensamiento. Cuidar el corazón es cuidar el centro de operaciones de nuestros pen­samientos y de nuestros sentimientos. Y una pareja sí afecta cómo pensamos y qué sentimos.

Un noviazgo de altura sólo se puede vivir si nos convertimos en Guardaespaldas de algo más valioso que cualquier bien que podamos tener, nuestro corazón. Esto implica cuidar nuestros pensamientos, nuestras emociones y el regalo de la vida que Dios nos ha dado. Una vez hemos se­leccionado nuestra pareja para comenzar un noviazgo, debemos cuidar nuestro corazón que implica ser sabios en nuestra conducta con nuestra pareja y que es el tema de este libro. Pero también impli­ca cuidarlo mucho antes de seleccionar a nuestra pareja, porque si no hay vida en nosotros, ¿Cómo podremos tener una relación seria, madura y edificante con alguien más?

Pero no basta con cuidar nuestro corazón. Debemos cuidar el corazón de los demás. Jesús enseñó sobre esto cuando alguien le preguntó acerca del mandamiento más importante. Y esto fue lo que pasó: «Uno de los maestros de la ley se acercó y los oyó discutiendo. Al ver lo bien que Jesús les había contestado, le preguntó:

—De todos los mandamientos, ¿cuál es el más importante?29—El más importante es: «Oye, Israel. El Señor ^ nuestro Dios es el único Señor—con­testó Jesús—. 30 Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuer­zas.» 31 El segundo es:»Ama a tu prójimo^ como a ti mismo» No hay otro manda­miento más importante que éstos. 32 —Bien dicho, Maestro —respondió el hombre—. Tienes razón al decir que Dios es uno solo y que no hay otro fue­ra de él. 33 Amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más importante que todos los holocaustos y sacrificios. 34 Al ver Jesús que había respondido con in­teligencia, le dijo: —No estás lejos del reino de Dios. Y desde entonces nadie se atrevió a hacerle más preguntas.» Marcos 12:28 NVI

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