Cuando Aixa y yo nos hicimos novios, única­mente celebrábamos nuestro aniversario. Pero hoy en día se celebran los mesiversarios. Cada mes veo en Instagram a mis amigos solteros y mucho más jóvenes que yo, subir fotos con las tarjetas que se dan el uno al otro y en donde compartieron ese día especial. Conozco a un amigo que desde que se hizo novio de su pare­ja, todos los días sube una foto de ambos. Día 1/365 y sube la foto con un breve comentario de lo ocurrido.

En mi época de noviazgo, estamos hablando de hace 18 años, los celulares eran incomprables. Parecían un ladrillo inmenso y sólo aquellos que podían pagar una cuantiosa suma de di­nero, andaban por la calle con su ladrillo en la mano. Lo único que podíamos hacer era llamarnos por teléfono de línea. Uno en mi casa y otro en la casa de mi novia. Tema que siempre era un problema con los papás, porque uno quería hablar horas de horas y todo había que pagarlo. Y si uno hablaba mucho, lo rega­ñaban.

Si uno quería platicar con su novia cuando estaba en la universidad – y en nuestro caso, yo trabaja­ba de día y Aixa estudiaba en la tarde noche – no había otra opción más que esperar a que ella re­gresara a la noche a su casa y calcular llamar para que ella estuviera ahí y contestara el teléfono.

Era tanto el amor y el deseo que tenía de estar juntos y comunicados, que le compré a Aixa un localizador. Yo tenía otro que me habían dado en el trabajo. ¿Qué hacíamos cuando nos que­ríamos hablar? Llamábamos a un número de teléfono en donde nos contestaba una opera­dora, le dictábamos el mensaje y este le apa­recía en letras en su localizador. El localizador vibraba y emitía un sonido, usted revisaba la pantalla y entonces recibía el mensaje y hacía en el caso de Aixa, una llamada desde un telé­fono público en la universidad.

En la actualidad, con tanto derroche de deta­lles y de tecnología al alcance de todos para siempre estar comunicados, estuve a punto de no escribir nada en este capítulo que había planificado. ¿Qué necesitará un joven saber so­bre este tema si puede hablarse cuándo quiere y celebra cada mes con lindos detalles su re­lación? No importa qué tan seguido podamos estar conectados con la tecnología o qué tan­tos detalles podamos tener el uno con él otro, la esencia de las relaciones y de donde surgen los detalles, sigue siendo la misma.

En Guatemala existe una pugna no declarada entre los Ingenieros Civiles y los Arquitectos. Según me explicaba un amigo, la Ingeniería Civil es mucho más antigua que la Arquitectu­ra. Ambos con indirectas y bromeando se dan duro. De hecho los Arquitectos dicen que los Ingenieros levantan paredes pero sin estética. En otras palabras, la función va antes que la forma. Los Ingenieros por otro lado, dicen que los Arquitectos dise­ñan cosas bonitas pero que salen muy ca­ras o es casi imposible hacerlas una reali­dad. Pero dejando el debate a un lado, sí es cierto que un Arquitecto se centra en los detalles. No sólo mira función, mira la forma, mira la estética. Los Arquitectos son detallistas.

De hecho cuando leemos las primeras palabras en la Biblia vemos que inicia diciendo en el libro de Génesis: «Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra.2 La tierra era un caos total, las tinieblas cubrían el abismo, y el Espíri­tu de Dios iba y venía sobre la superfi­cie de las aguas.» Génesis 1:1 y 2 NVI

¿Qué hacía Dios yendo y viniendo sobre la superficie de las aguas cuando la tierra era un caos total y sólo había tinieblas en ella? Yo creo que Dios estaba soñando con su creación. Veía las aguas y decía: aquí voy a poner tierra. Tengo que iluminar esto con el sol de día y habrá una luna de noche. Me en­canta el agua, me gustarían peces de todo tamaño y colores. Animales silvestres, sí, voy a hacer esto, voy a hacer aquello. Dios estaba soñando, Dios pensaba en los detalles.

Los detalles de los mesiversarios o de los aniversarios son importantes. Pero jamás pueden convertirse en un sustituto de lo que debe permanecer en todo momento detrás de ellos: el respeto y el amor puro. Un amigo me contaba cómo antes de co­nocer a Dios, la vida que Dios da y las ben­diciones de obedecer sus mandamientos, cada vez que cometía adulterio y se metía con una mujer que no era su esposa, co­rría a comprarle algo de oro. Anillos, ar­gollas o pulseras de oro. ¿Por qué? Quería compensar con sus regalos la infidelidad que estaba teniendo. Quería decirse a sí mismo, esta mujer es la que vale, me voy a quitar la culpabilidad llevándole esto. Y entonces, su culpabilidad bajaba de nivel y hasta la próxima infidelidad. Y el ciclo se repetía.

(CONTINÚA… DALE CLICK ABAJO EN PÁGINAS…)

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