Continuemos.
Tampoco está bien «asustarnos» los unos a los otros con el cuco de que si vas al baile «te perdés». Porque aquel que experimentó un encuentro real con Cristo, no se pierde así porque así. Sin embargo el gozo que produce la presencia de Dios, la alegría que experimentamos en los momentos de alabanza, los buenos momentos de amistad cristianos, las charlas sanas y divertidas que podemos tener con los chicos y chicas de la iglesia, no compiten ni ahí con los ruidosos momentos del baile. Ahora, si vamos a ser honestos seámoslo también con el extremo más permisivo. A los que piensan: “¿Qué tiene de malo ir al baile?” le proponemos que con sinceridad nos contesten: “¿Qué se encuentra en un baile?”
Creemos que en su mayoría se hallan: picardías, noviazgos momentáneos, conversaciones pesadas, chistes obscenos, bebidas en exceso (siempre de un modo u otro se infiltran), el ser inducido a probar lo que no estaríamos dispuestos a probar en un ambiente menos presionado (droga, por ejemplo, sexo…). En definitiva: todo tipo de tentaciones. No se sale bien del baile. Aquel que «logró algo», ya sea «nuevas experiencias», novio o novia, queda enlazado por el ambiente, y ahí sí, es probable que se deslice poco a poco. Por otro lado, el que «no logró nada», vuelve a su casa vacío, enojado, humillado… Sin embargo, el próximo fin de semana querrá volver para demostrarse a sí mismo, y a los demás que «el, o ella, pueden».
Para terminar ¿qué se puede hacer cuando uno se halla en la situación en la que Facundo se encuentra?
Bueno, aunque suene un poco duro, una situación como esa sirve para afirmar las propias convicciones: a quién quiero agradar. Siempre será un conflicto, porque no querremos ofender a nuestros compañeros, ni cortarnos. Pero en un momento u otro ellos deberán saber lo que pensamos. Lo importante es tener la respuesta adecuada. ¿Cuál propondrías vos?
Te presento a continuación algunas opiniones de chicos y chicas que pasan o pasaron por situaciones similares:
Laura se «enganchó» con el tema y primero compartió su propia experiencia: «En el Colegio yo era un poco como Facu, me daba con todos, y nos queríamos mutuamente. Yo también participaba de todas las pavadas, pero ellos sabían que había «cosas» que yo no hacía, y me respetaban. Ante invitaciones como la Facu, desde un principio dije: «Miren, a mí no me gustan los bailes, no voy porque yo no quiero, nadie me lo impide, sólo que tengo otras actividades los fines de semana en la iglesia, de las cuales sí me gusta participar porque me hace bien y es lo que siempre quise hacer». Como todos sabían lo que yo pensaba y hacía, llegó un momento que ni siquiera me invitaban a esas fiestas.
Como respuesta yo sugiero lo siguiente: No digas nunca: «La iglesia, Dios, o la religión no me lo permiten». Eso crea una barrera entre los chicos y Dios, formándose una imagen negativa de Dios y de la iglesia. Ante todo debemos demostrar los bueno que es ser cristiano/a.
No creo que sea positivo «cortarse» con los amigos no creyentes (no olvidemos que debemos acercarlos a Dios), sino mantener un equilibrio: que ellos sepan que en ciertas oportunidades nos vamos a borrar, pero si tienen un problema, seremos los primeros en tenderles una mano, escucharlos, aconsejarlos, brindarles una ayuda oportuna. Si logramos esto, seremos canales de bendición, nos divertiremos con ellos y lograremos el respeto, la confianza y amistad del curso.
(CONTINÚA…)
Por Laura Bermúdez
Tomado de Revista Nivel 17. Año 4. Nº 20.
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