En capítulos anteriores hablé en varias ocasiones de dos hermanas y un hermano que, luego de haber crecido en una familia cristiana, incursionaron en terrenos oscuros y terminaron en completas tinieblas; los tres hijos de la familia Valderrama se hicieron darks. De raíces conservadoras, con abuelos cristianos de origen wesleyano, con una infancia feliz, amados y respetados por sus padres, un día “se aburrieron” del cristianismo y salieron a probar nuevas emociones.

Como del día a la noche aparecieron todos vestidos de negro, con sus caras pálidas y los labios y ojos de negro también. El carácter sumiso y apacible de esos chicos, no hasta hacía mucho tiempo niños de escuela dominical, se tornó irascible. Pasaban muchas horas durmiendo, con las ventanas cerradas a plena luz del día. Cambiaron las amistades de la iglesia por chicos y chicas de aspecto similar, cuyos padres nunca se sabía quiénes eran. Salían tarde en la noche y regresaban de madrugada, drogados, a veces, y borrachos, otras.

Una de ellas, Marian, comparte su testimonio, que una vez más nos ayuda a creer en el poder de la oración:

—Cuando era chica tuve una infancia totalmente feliz y familiar; pero cuando me hice dark, de repente, no quise saber nada con mi familia. Lo primero que pensé era en irme de casa. Me parecía que todo el mundo me ponía reglas; estaba todo el tiempo en rebeldía. Se armaban muchos líos, yo llegaba re tarde a la noche o directamente no volvía. Salía con un chico que era manson también.

Un día llegué drogada a mi casa, a las cinco de la mañana; no me importaba llegar tarde, y mi papá me acorraló contra la pared y me dijo: “¿qué te pasa?”. Yo le dije: “matame, matame si querés”. No me importaba nada, estaba re jugada.

Después de toda esta etapa de rebeldía me fui de casa, a la casa de mi novio. Mis padres hicieron la denuncia; habían estado buscándome por toda la ciudad re desesperados. Entonces nos fuimos de ahí a la Capital, con mi hermana y una amiga. Allí, supuestamente, nos tenían que ir a buscar, nosotras teníamos algo de plata porque estábamos trabajando. Teníamos un contacto nada más, una locura, fuimos a la nada. Nadie vino a buscarnos, nos embromaron, nunca vinieron, y tuvimos que quedarnos ahí, nos quedamos sin plata, tuvimos que dormir en el piso, sobre un papel de diario. Nunca me imaginé que iba a pasar por eso. Corrimos mucho peligro.

Extracto del libro “Tribus Urbanas”

Por María José Hooft

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2 COMENTARIOS

    • Hola Victor. ¡¡Bienvenido!! Dios siempre está dispuesto a ayudarnos, sanarnos, perdonarnos y bendecirnos. La clave está en qué tipo de decisiones tomamos y cuánto lugar le damos a Dios en nuestras vidas.

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