3º ENTREVISTA

Realizada a Matías, Víctor y Estela, líderes de célula del grupo dark de la iglesia antes mencionada.

—Estela, tú me ministraste muchos casos de liberación y sanidad interior en esta subcultura juvenil. ¿Cuáles son algunas de sus necesidades?

—E: Ellos se auto flagelan. Cuando no pueden tenerte todo el tiempo y no logran que estés pendiente de ellos, vuelven a flagelarse. O sea que se lastiman, se cortan y vienen y te muestran lo que se hicieron por culpa tuya. Si no estás bien plantado la culpa te mata. Es una histeria muy loca Tenés que estar para ellos todo el tiempo. La verdad es que Dios me dio esta capacidad de decir ¡basta! En ocasiones tuve que ser intransigente, porque sino me llevaba toda la carga.

—Basada en la experiencia ¿qué otras cosas dirías hoy que no hay que hacer con ellos?

—E: Lo que un líder no tiene que hacer jamás es discriminarlos ni prohibirles nada. Es fundamental no prohibirles y aceptarlos tal como están, que fue lo único que hice yo: amarlos. No decirles que se saquen los aros y eso, es lo peor que podés hacer. Obviamente, yo les marcaba lo que estaba bien y lo que estaba mal, pero otra cosa es prohibirles; creo que si uno les explica, ellos entienden.

—¿Qué errores consideran que se cometieron por la falta de experiencia en la ministración de estos chicos?

—M: Los errores que pudimos ver vinieron de parte de “adentro”. El mayor temor que tenemos cuando les predicamos es que ganarlos es fácil, lo difícil es retenerlos, porque los retenés con amor, pero si los que están encima tuyo, los que tienen la autoridad, no lo entienden, los alejan. Hoy en día nos vemos en la necesidad de que Dios levante una iglesia con gente preparada para esto, ese es nuestro mayor anhelo, y si Dios nos da esa iglesia a nosotros, ¡gloria a Dios!

—V: Por el hecho de verlos distintos, o como se visten o como actúan, suelen apartarlos y creer que están mal, cuando la persona no está mal; todo pasa más por lo espiritual, no por lo que se vea de afuera.

—E: Otro problema, además de discriminarlos, fue el ministrarlos continuamente. Se hicieron dependientes de la ministración y no llegaban a querer ser libres. Era como ir al gurú, a que los oren; llegar, ir al altar y ver cómo se manifestaban en cadena. Había veces que no sabíamos cómo separarlos, y veías que se miraban y los demonios se buscaban con la mirada, era impresionante. Un día teníamos dieciséis chicos manifestados. Ya sabían que se iban a manifestar porque les dolía la cabeza, se empezaban a descomponer en el culto. Era como: “vayamos a la iglesia y veamos qué pasa hoy”; era una especie de juego, una novedad, todo lo que habían experimentado. Los fascinaba ver cómo se manifestaban y el que no se manifestaba era un trauma, “yo no me manifesté hoy, qué pasó, no tengo fe”. Entonces estábamos ministrando al que se manifestaba y al que no, porque se sentía mal. Después del culto de jóvenes se juntaban en la catedral y contaban quien se manifestó ese día; hacíamos guardias de 24×24, nos quedábamos hasta las tres de la mañana liberando, etc. No dábamos a vasto.

En ese tiempo inicial, todos los líderes querían intervenir porque sabían que ahí había acción seguro. Eran como chanchitos de la India Y nosotras que los llevábamos teníamos que estar con dos o tres a la vez, pedir que nos ayudaran otros chicos, para no permitir que los lastimaran. La gente que oraba por ellos quería arrancarles las cosas, los anillos por ejemplo, pero sin hacerlos renunciar. Después había que ministrarlos porque se sentían rechazados, abusados.

—¿Y ahora cómo lo manejan?

—E: Ahora cuando llegan, los dejamos que se afiancen, entran, buscan y tratamos que los ministre siempre la misma persona. Si se manifiesta cuando está el pastor, ora él, pero sino tratamos que vengan cuando estamos nosotros, que ya sabemos su historia.

Extracto del libro “Tribus Urbanas”

Por María José Hooft

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