Enfermedades Invisibles

Cada día son más los chicos y las chicas que se sienten deprimidos, desganados, sin motivaciones para vivir y optan desesperadamente por la locura de un boliche, por las drogas, el alcohol o el suicidio. O los chicos y las chicas que se enferman de anorexia y bulimia como síntomas de la incomunicación familiar, del “descuido” afectuoso de sus padres y de las presiones de una sociedad “moderna” y enferma, materialista y egocéntrica.

Cada día son más los chicos y chicas que abandonan sus hogares y buscan un amor verdadero, fuerte y durable en el lugar equivocado: teniendo sexo. Y son más aquellos que, dentro de nuestros “saleros evangélicos”, se sienten solos, aburridos y cansados de la comida espiritual recalentada y del cristianismo sin gozo. Miran hacia afuera y sienten que se están perdiendo la “gran diversión”. Sienten equivocadamente que la verdadera fiesta está afuera.

Si sos un adolescente o joven en Cristo y viviste o estás viviendo, sentís o estás sintiendo, algunas de estas cosas, necesitás urgente renovar tu mente y edificarla con la verdad de Dios. Y necesitás, además, descubrir en tu propia vida si no te estás contagiado de alguna enfermedad invisible.

Estas “enfermedades invisibles”  no son producidas por virus o elementos extraños en nuestro cuerpo. Son enfermedades de otra clase. Tienen el poder de afectar la mente, las emociones y el espíritu. Destruyen lenta y progresivamente tu vida interior. Arruinan tu relación con las demás personas, incluyéndolo a Dios. Estas enfermedades, que pasan casi desapercibidas porque te has acostumbrado a vivir con ellas, te roban el gozo interior, te producen esa sensación de aburrimiento, fastidio y cansancio. Ese «para qué vivir». Necesitás aprender a descubrirlas y a sanarlas si querés disfrutar plenamente de la vida en Cristo y de su proyecto para tu presente y tu futuro.

Lo Que Hace el Pecado.

El pecado nos lastima interiormente. Produce una lenta autodestrucción. Provoca sentimientos de culpa. Nos aleja de Jesucristo. Nos impide tratar bien a nuestro prójimo. Con el paso del tiempo, el pecado no confesado, endurece nuestra conciencia y nos da igual volver a pecar. Y si es un pecado específico el que nos domina se transforma en una obsesión. La vida cristiana pierde su sabor, todo parece aburrido, nos sentimos incómodos cuando nos hablan de santidad, compromiso, comunión, tiempo para Dios. Es como si una pared se hubiese levantado en nuestro interior.

Las siguientes son algunas DECISIONES EQUIVOCADAS que solemos tomar cuando pecamos:

1. Ocultar el Pecado.

¿Alguna vez intentaste ocultar tu pecado? ¿Durante cuánto tiempo lo hiciste? ¿Cómo te sentiste? ¿Lo seguís haciendo? ¿De quién intentás ocultarlo, de las personas, de Dios? ¿Por qué?

Seguramente fingías delante de los demás que todo estaba bien, aunque interiormente sabías y sentías que todo estaba mal. Cuando ocultamos nuestros pecados, sufrimos. El pecado tiene el poder de enfermarnos.

Mira algunos ejemplos para no imitar:

  • Adán y Eva (Gn. 3:7-10).
  • Caín (Gn. 4:8-9).
  • Acán (Jos. 7:11, 20-21).
  • David (2º Samuel 11 y12).
  • Ananías y Safira (Hch. 5:1-11).

Pensemos en David. Él había pecado. Aproximadamente durante un año ocultó su pecado. Nadie sabía nada, excepto Dios. Él conocía el pecado de David. Y cuanto más ocultaba David su propio pecado peor se sentía. Su conciencia le molestaba, le decía que algo estaba mal. Fue tan grande su angustia que le produjo problemas físicos. El mal llego a su cuerpo. Estaba destruido.

Cuando ocultaste tu pecado, ¿experimentaste esa sensación desagradable de sentirte mal, deprimido y enfermo? Tal vez no enfermo físicamente, pero seguramente enfermo en tus emociones: depresiones, desganos, culpas, amargura, acusaciones, recuerdos, hipocresías, mil sensaciones más. Esta decisión, de ocultar el pecado, no es la mejor opción. Pensálo.

2. Culpar a Otros.

¿A quiénes culparon Adán y Eva cuando pecaron? Mirá Génesis 3:12-13.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “Verdades Que Sanan”

Por Edgardo Tosoni

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