El Mito del Jardín de Rosas.

Cindy, una cristiana de 17 años, conduce hacia su casa un viernes por la noche, después de trabajar medio tiempo en el restaurante. Se vira y ve un carro al otro lado de la carretera que cruza el entronque y va directamente hacia ella. Da un viraje brusco, pero el otro coche se estrelló contra su Chevrolet. Cindy muere en el impacto. La persona que manejaba el otro carro estaba en estado de embriaguez.

Una abeja pica a Raquel, una pequeña de 2 años de edad, mientras jugaba en el patio de su casa. Su cara se inflama inmediatamente. Su mamá se da cuenta de la severidad de la reacción, pero Raquel muere antes de llegar al hospital. Sus padres no tenían ni la más remota idea de que Raquel tuviera una alergia tan grande a las picaduras de abeja.

Un bebé nace en la India en una casta inferior. Pasa los primeros 4 meses de su vida en una caja de cartón antes de morir de inanición. Su madre muere 2 meses después.

La vida no es justa. Los bebés mueren. La gente buena sufre. Los cristianos se lastiman terriblemente. Y la gente buena que sufre a veces responde: «¡No es justo, yo no me merezco esto! ¿Por qué a mí?»

La gente se ha hecho esta pregunta por generaciones, desde el antiguo patriarca Job, cuya historia encontramos en la Biblia, hasta el Rabi Harold Kushner en su libro, When Bad Things Happen to Good People (Cuando pasan cosas malas a la gente buena).

La pregunta surge de la idea que la gente buena, particu­larmente los cristianos, tienen derecho a vivir una vida libre de luchas, penas y sufrimientos. Pero eso es un mito.

Dios nunca prometió un lecho de rosas. Él nunca dijo que la vida sería fácil y que a la gente buena sólo le pasarían cosas buenas. Él no garantiza una vida fácil y cómoda para los que le amamos y servimos. Erróneamente, esto es lo que la gente ha dado por hecho durante milenios. Pero una lectura cuidadosa de la Palabra de Dios nos muestra que esta aseveración es un sofisma. Los discípulos de Jesús hicieron la ya trillada pregunta acerca del porqué la gente sufre. Señalaron a un hombre que había nacido ciego.

«Maestro», preguntaron, «¿quién pecó, este hombre o sus padres, para que naciera ciego?»

Jesús respondió, «ninguno», y lo sanó.

A menudo este es el caso de lo que a sufrimiento en el mundo se refiere. Algunas personas sufren por su pecado, como el hombre que robó la tienda y fue encarcelado. Otros sufren por el pecado de otros, como el bebé que nace deforme por la adicción a la cocaína de los padres. Pero mucho del sufrimiento de este mundo entra en la categoría de «ninguno».

Cuando Dios creó el mundo, creó las leyes naturales como la ley de la gravedad y las leyes del movimiento. Nosotros somos los beneficiarios de esas leyes, pero ocasionalmente también somos sus víctimas. Muchas veces la ley de la gravedad provoca que un avión lleno de gente se precipite a la superficie de la tierra. A veces, las leyes del movimiento producen resultados trágicos cuando los automóviles chocan. Dios no suspende esas leyes naturales por la gente buena.

La vida no es justa. Accidentes, enfermedades, tragedias, muertes y todas esas cosas también pasan a los cristianos. De hecho, una de las promesas más frecuentes que Jesús hizo a Sus discípulos fue: «…En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16.33).

Los cristianos no están exentos de sufrir, pero están equi­pados para ello con la presencia de Aquel que dijo: «… he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén» (Mateo 28.20).

Ejercicio.

Desarrolla tu capacidad para enfrentar el mito del jardín de rosas con este ejercicio.

Lee los siguientes pasajes de la Escritura: Hechos 4:1-13, 21. Lucas 23:32-43. 1º Corintios 6:4-10. 2º Corintios 12:7-10. Identifica la persona que sufre o las personas que sufren.

  • ¿Por qué sufren?
  • ¿Dios los exentó de su sufrimiento o pena?
  • Si hizo algo, ¿qué fue lo que Dios hizo por ellos?

Extracto del libro “No Dejes Tu Cerebro en la Puerta”

Por J. McDowell y B. Hostetler

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