El Mito del Egoísmo.

«¡Oye, imbécil! ¡No me importa cómo lo tengas que hacer, pero me vas a entregar esas gráficas y estadís­ticas en este instante!”

Raquel Townsend tiró el teléfono gritándole a su secretaria adjetivos obscenos. Las paredes de madera y el lujo de su oficina eran testigos de su posición e importancia. El título del libro sobre su escritorio reflejaba su actitud: «Cómo ser el número uno». Raquel había ascendido rápidamente en su compañía promoviéndose rudamente a sí misma, y velando por sus propios intereses sin importarle los demás. No le preocupaba que hubiera tenido que aplastar a otros para llegar hasta donde estaba. Cuando su secretaria entró a la oficina, Raquel comenzó a gritar órdenes.

«Trae acá al estúpido de Patterson. Y dile a Rebeca que deje lo que está haciendo para ese fulano, y empiece a archivar mis trabajos». Se contuvo… en la mirada de la secretaria había algo que la hizo detenerse.

«Su hija, Lorena», dijo la secretaria, «desapareció del patio».

Raquel agarró el teléfono. Y comenzó a disparar preguntas como si fuera una ametralladora. Finalmente colgó el teléfono y le «ladró» a su secretaria: «Habla con mi ex-esposo y dile que se vaya para la casa inmediatamente». Raquel salió como un tiro, se metió en su BMW y salió a la calle. Pitando, corriendo y sin dar rodeos se dirigió hacia su casa. Si algo le pasa, me mato. Pasó una luz roja. ¿Qué pasa si no la encuentro? Necesitaré ayuda. Pero ¿quién me va a ayudar? el pensamiento la aterró. ¿Quién me va a ayudar?

Raquel reconocía que como siempre había sido el centro de su universo, no tenía a nadie que la ayudara, nadie a quien pedirle ayuda. «Creí que nunca necesitaría de nadie. Siempre he actuado como si no existiera nadie más que yo».

Ya casi llegaba. Bajó la velocidad conforme se aproximaba a la intersección y vio a un policía dirigiendo el tránsito. Al tocarle el alto, furiosamente hizo erupción como volcán hasta que se dio cuenta de que era el policía que por años ayudaba a los niños a cruzar la calle y dirigía a los autos. Para Raquel, siempre había sido un ancianito insignificante, pero ahora la obligaba a frenar violentamente y a perder un tiempo muy valioso. Abrió su boca lista para maldecirlo, cuando se dio cuenta de que tenía una niña en sus brazos. Su niña… Lorena. Raquel abrió la puerta y corrió histéricamente hacia el hombre. Agarró a su sonriente niña de tres años y la abrazó llena de gratitud. Raquel, la ejecutiva, se sintió raramente pequeña. De pronto, el hombre era importante.

Raquel Townsend ejemplifica el egoísta, una persona que piensa que él o ella es el centro del universo. Un egoísta se pone a sí mismo antes que a nadie más. El egoísta piensa que los demás no tienen importancia y que, siempre y cuando obtenga lo que quiera de la vida, estará contento. Pero esto es un mito.

La gente que sigue ese rumbo puede terminar con mucho poder y con mucho dinero, pero también amargados y solos. Jesús enseñó que cada uno de nosotros, aun los niños más pequeños, son de inmensa importancia a los ojos de Dios. Reconocer el valor de aquellos que están a nuestro alrededor nos ayudará a incrementar nuestra felicidad, no a disminuirla. Jesús reitera el mandamiento: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». No menos que a ti. No más que a ti. «Ama a tu prójimo como a ti mismo».

Dios no te hizo el centro del universo. Pero Él quiere estar en el centro de tu vida.

Ejercicio.

Desarrolla tu capacidad para enfrentar el mito del egoísmo con este ejercicio:

Cada uno de los siguientes pasajes de la Escritura identifica a un egoísta. Contesta estas dos preguntas sobre cada una de esas personas. ¿Quién es o quiénes son los egoístas? ¿Cómo acaba esa persona?

2 Samuel 15.1-12; 18.17. _________________________________________________

1 Reyes 1.5-6, 42-53. ___________________________________________________

Isaías 14.3-4, 12-15. ____________________________________________________

Mateo 20.20-28. ________________________________________________________

Extracto del libro “No Dejes Tu Cerebro en la Puerta”

Por J. McDowell y B. Hostetler

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