Texto: NÚMEROS 30 (leer con Biblia a mano)

INSTRUCCIONES 74: LA LEY DE LOS VOTOS
Aclaremos algo: No estamos hablando de elecciones del gobierno en donde “votamos” a los candidatos políticos. Naaaaaadddaaaaa que ver… No es a esa clase de “votos” a las que nos referimos en este capítulo.
En la Biblia, un voto es una promesa que le haces a Dios, un pacto que haces con Él. Y la condición del voto es que una vez hecho ¡no hay vuelta atrás! Quedas totalmente comprometido a cumplir aquello que has declarado.
En aquella época, la palabra de una persona tenía un gran valor y se tomaba muy en serio. Su palabra lo comprometía totalmente a cumplir con lo dicho (a diferencia de lo que sucede hoy donde la palabra vale muy poco, por eso firmamos como mil papeles delante de abogados y escribanos, para validar algo).

En muchos lugares de la Biblia encontramos a personas que hicieron votos. Por ejemplo: Jacob (Gn.28:20-22), el pueblo de Israel (Día 18), Jefté (Jueces 11:30-40), Ana (1º S.1:11), etc… Ellos se comprometían a hacer algo a cambio de que Dios también hiciera algo a favor de ellos. Los votos también podían incluir la promesa de hacer algún servicio especial para Dios o de presentar sacrificios especiales a Dios, o de abstenerse de algo. Sea cuál sea el motivo la persona debía cumplir sus votos sí o sí.
Y si por alguna razón se negaba o no podía cumplir con el voto tenía que presentar una ofrenda o dedicar algo a Dios (tal como se explica en “Levítico Edición Completa. Día 30”). En este pasaje de Números se trata otro problema: la validez de los votos hechos por las mujeres.

¿Qué sucede si un hombre hace un voto a Dios? (vs.1-2)
Ok. Lo que ya hemos explicado. Macho, si haces un voto te la bancas y lo cumples. Fin de la discusión.

Pero, ¿qué sucede con la mujer soltera que hace un voto a Dios? (vs.3-5)
¿Y con la mujer que hace un voto y después se casa? (vs.6-8)
¿Y qué sucede con la mujer que hace tiempo que está casada y hace un voto a Dios? (vs.10-15)

Y finalmente, ¿qué sucede con la mujer viuda o divorciada? (vs.9)
Viudas y divorciadas tienen la misma exigencia que los hombres. Ellas dieron su palabra, por lo tanto, tienen que cumplir con el voto.
La diferencia está con las solteras y las casadas.

¿TE AUTORIZO O NO TE AUTORIZO?
Si prestaste atención al relato ya te habrás dado cuenta que tanto el padre de la chica soltera, como el esposo de la chica casada, si escuchaban o se enteraban del voto que ella hizo tenían la autoridad de aprobárselo (para que cumpliera con el voto hecho) o de anulárselo.
La soltera estaba bajo la autoridad de su papá y él decidía con respeto al voto de ella. La casada estaba bajo la autoridad del esposo y él decidía por el voto de ella. Ahora bien, si el padre o el esposo se enteran del voto y no dicen nada, entonces el voto queda vigente y debe cumplirse.
Las feministas se arrancarían los cabellos de su cabeza al leer esto. ¡Se pondrían como locas! Ellas gritarían, romperían cosas, mostrarían orgullosas sus senos (que no tiene nada que ver con nada) y destruirían propiedad privada para “hacer valer sus derechos” (obviamente, sin respetar y sin importarles nada el derecho de los demás).
En fin… dejemos la locura feminista a un lado y volvamos a lo verdaderamente importante: respetar lo que Dios estableció para su pueblo y entender que más allá de una “autorización” masculina, en el pueblo de Dios la mujer era respetada, valorada, cuidada, dignificada y utilizada por Dios para el cumplimiento de sus propósitos eternos… a diferencia de lo que sucedía con las mujeres en el resto de las culturas paganas en donde eran usadas, abusadas, maltratadas y asesinadas al antojo de los hombres.
Sí, sí, sí… sé lo que estás pensando: “Igual que ahora en nuestra casi evolucionada sociedad”. Tienes razón.
En nuestra sociedad, con sus extremos machistas y feministas, el hombre es considerado: fuerte, superior, agresivo, racional, autoritario y sexualmente incontrolable (donde sea, cuando sea y con quien sea), mientras que la mujer es vista como: débil, inferior, sometida, emocional, pasiva y sexualmente reprimida o sexualmente provocadora y “regalada” (donde sea, cuando sea y con quien sea). Ambas visiones distorsionan, confunden y arruinan lo que verdaderamente significa ser hombre y ser mujer desde la perspectiva de Dios: Iguales, respetándose mutuamente, negociando y acordando las decisiones, valorando las diferencias que nos complementan, razonando con sentimientos, asertivos, proactivos, y en lo sexual, sexo con mutuo consentimiento y mutuamente placentero. Piénsalo.

Extracto de “Serie Desafios Números” por Edgardo Tosoni


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