Pasaje Clave: Lucas 22:61
Se dice que hay miradas que dicen mucho. Las expresiones faciales pueden tener el poder de llevarnos a dejar de hacer algo (como las miradas de los padres a los hijos), cuidar lo que vamos a hacer o decir (en el caso de los esposos), o miradas de complicidad (en el caso de los amigos).
Lo cierto es que nuestros ojos (y el rostro en su totalidad) comunican, y mucho. Es posible que todos conozcamos personas que no necesitan decir muchas palabras porque comunican una idea con solo el lenguaje de su rostro.
Ha sido una noche larga para Jesús. Ha estado despierto durante muchas horas y ha pasado momentos difíciles. Es posible que ya esté agotado física y emocionalmente.
Horas antes tuvo una conversación con Pedro (Lucas 22:31-34).
Jesús: He orado por ti para que no te falle la fe.
Pedro: Estoy dispuesto no solo a ir a la cárcel sino hasta la muerte por ti.
Jesús: en unas horas negarás 3 veces que tan siquiera me conoces.
Pedro: … (inserte sonido de grillo de fondo).
¿Qué pasó por la mente de Pedro durante las siguientes horas? ¿Lo atormentó ese pensamiento o sería algo que olvidó hasta que ocurrió?
Horas después, ya en el patio de la casa del sumo sacerdote, Pedro se encuentra entre la espada y la pared dos veces en las que niega a Jesús, pero la tercera es lapidaria: El Señor se volvió y miró directamente a Pedro.
Entonces Pedro se acordó de lo que el Señor le había dicho: «Hoy mismo, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces». Y saliendo de allí, lloró amargamente. Lucas 22:61.
¿Por qué hizo eso Jesús? ¿No podía simplemente dejarlo pasar a sabiendas de que iba a ocurrir? ¿Para qué darle esa mirada tan dura a Pedro? ¿Por qué volver a verlo directamente a los ojos en ese instante? ¿Quería castigarlo con su mirada?
Me atrevo a pensar que Jesús no ve a Pedro para hacerlo sentir culpable (ese no es su estilo), sino para recordarle que puede confiar en que su palabra se cumple, no importa con quién, cuándo ni dónde.
Es posible que este “diálogo sin palabras” haya durado apenas unos segundos, pero marcó la vida de Pedro. Fue muy íntimo. Evocó una conversación que se sostuvo apenas unas horas atrás. Ambos sabían que iba a suceder, pero Pedro no fue consciente sino hasta este instante.
Jesús lo mira, no para recordarle su mal actuar sino para reafirmar que lo que Él dice, se cumple. No se trata de Pedro sino de Jesús.
Una mirada que le dijo a Pedro: “¿Recuerdas lo que te dije?”. Y si lo recuerdas, nunca olvides que lo que yo digo, se cumple. Pero Pedro no lo entendió. Pudo más el pecado inmediato. El peso del pecado fue mucho. El pecado aleja a las personas de Jesús. Pedro fue un ejemplo de ello ahí mismo. Apenas pecó al mentir, se alejó de su maestro, dolido.
Lástima que no recordara todas las promesas y palabras dulces que también le había dicho a través del tiempo. En ese instante se le olvidaron todos los momentos en los que lo abrazó, le lavó los pies, y hasta le dio de comer.
¿Por qué lo olvidaste Pedro? Quizá me pasa igual cada vez que peco y me alejo del Señor. No somos tan diferentes tú y yo, Pedro. Así que hoy entiendo tu pecado y tu dolor al darte cuenta de lo que hiciste. Tu pecado te alejó del Creador del universo en ese momento; pero también me permite reflexionar hoy, miles de años después del suceso. Gracias Pedro, por dejarte moldear por este momento, por esa mirada del Maestro clavada, no en tus ojos sino en tu corazón.
Extracto del libro Preguntas Intimas
Por Rafa Ayala