Pasaje Clave: Juan 20:15
Ir a un velorio o entierro es garantía de ver o escuchar personas llorando. Usualmente hay hijos, padres, hermanos, o amigos de la persona que ha partido. El dolor embarga el ambiente. La mayoría de los presentes están en una misma sintonía: dolidos porque un ser querido se ha ido.
Hace unas horas el ambiente entre los discípulos era triste. El dolor los había cubierto a todos. Su maestro había muerto como un maldito delincuente. Uno de los del círculo de los discípulos, escogido personalmente por Jesús, se había quitado la vida luego de haberlo traicionado. Pedro, que se suponía que era el líder entre ellos, había negado al Maestro.
¿Cómo llega uno a su casa después de estos acontecimientos? ¿Cómo era al ambiente entre ellos? ¿Se miraban entre ojos? ¿Hablaron de estas cosas en las siguientes horas?
Jesús fue bajado de la cruz y puesto en un sepulcro; hace varias horas que pusieron una piedra inmensa en la entrada de este. Pero se cumple la profecía de que tendría que resucitar al tercer día. Ninguna de las conspiraciones elaboradas hoy, ni en los últimos 2000 años, ha logrado tirar abajo una de las verdades sobre la cual sustentamos el cristianismo: ¡Nuestro Señor ha resucitado! (Léelo de nuevo
con más emoción).
Pero aquella mañana Jesús tenía otro plan. María llega al sepulcro y el cuerpo ya no está. Ella quiere entender qué ha pasado. Ella solo quiere el cuerpo para ponerle los aromas, pero no está en el sepulcro. Confunde a Jesús con el sepulturero: “Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto, y yo iré por él”. Juan 20:15.
Jesús le hace a María una pregunta con el mismo enfoque que a Judas: ¿Por qué lloras, mujer? ¿A quién buscas? Nosotros podríamos pensar: “Jesús, es obvio que llora porque se murió su maestro, y busca su cuerpo porque viene a ponerle aromas y especies como es la costumbre”. Pero como se trataba de Jesús haciendo esa pregunta, esa no es la respuesta que Él busca, porque el sentido de la pregunta es
otro.
Las preguntas íntimas de Jesús tienen una respuesta distinta. Hay que pensarlas, meditarlas y entenderlas mejor. Él no busca respuestas preelaboradas, de esas que las personas damos como cuando nos saludan diciendo: “¿cómo estás?”, y nuestras respuestas automáticas usualmente son: “Bien, todo bien” (aunque
nuestro mundo se esté derrumbando a pedazos).
Mi esposa es muy inteligente. En ocasiones cuando me ha hecho la pregunta de “¿cómo estás?” y yo contesto “bien”, ella me hace una pregunta incómoda: “¿Qué significa bien?”.
Y entonces ahí me tengo que poner a pensar bien qué voy a responder. Darle significado al “bien” lleva trabajo. Hay que pensar a profundidad para dar una respuesta real, humana.
“¿Por qué lloras, mujer?” …si tienes vida eterna; ¿por qué lloras? …si me has conocido; ¿por qué lloras? …si conoces mi mensaje; ¿por qué lloras? …si ahora eres amada; ¿por qué lloras? …si ahora tienes un lugar en la sociedad; ¿por qué lloras? …si estás siendo la primera en darse cuenta de este milagro; ¿por qué lloras? … si las próximas generaciones hablarán de este momento; ¿por qué lloras? …si te has convertido en un pilar en mi ministerio y otras personas creerán en mí por tu accionar; ¿por qué lloras? …si te he dicho que iba a resucitar y lo he hecho. ¿Por qué lloras mujer?
Mis hijos, cuando estaban muy pequeños, lloraban cuando les decía que el tiempo de jugar, usar tecnología o ver televisión se había acabado. Entonces les decía (y aún a veces lo hago): no se llora porque terminó, sino que se agradece porque pasó.
Algo similar tiene intrínseco la pregunta de Jesús. Él no busca la respuesta sencilla; busca que María reflexione en todo lo que ha sucedido que es bueno y que cambiará la historia de la humanidad.
Extracto del libro Preguntas Intimas
Por Rafa Ayala