Pasaje Clave: Juan 21:15-17.

Para muchas de las parejas de novios y casados es importante el momento cuando uno de los dos dice la expresión “te amo” para referirse al otro por primera vez. Son momentos que se atesoran. Que uno diga o escriba un mensaje diciendo “te amo”, y el otro responda “te quiero”, es motivo de conversación y análisis de la relación (especialmente si ya tienen buen tiempo juntos).
Un “te amo” siempre produce cosas en la mente y el corazón de una persona, sean estos tus padres, tus hijos, tus hermanos, o incluso tus amigos (estos últimos no disfrutan mucho de este privilegio).

Pedro ha estado con una espina muy grande clavada en su pecho por varios días. Desde aquella noche fatídica cuando negó conocer a su maestro, es posible que no haya parado de soltar una lágrima cada día. No se puede andar feliz luego de algo así. ¿Acaso levantaba la mirada? Quizá sus palabras eran pocas.
¿Hubo reclamos o reproches de los otros discípulos para él? ¿Acaso fue visto de la misma manera que Judas, como un traidor?
Luego de resucitar, Jesús se presenta en varias ocasiones en medio de sus discípulos estando ellos reunidos. ¿Por qué no hay referencias de cómo Pedro vivió esos momentos? ¿Sería acaso que lo empezaban a dejar de lado? ¿Sería que no le dirigían mucho la palabra? No lo sabremos porque las Escrituras no lo mencionan, pero creo importante hacernos esas preguntas porque nos recuerdan de la humanidad y del dolor con el que cargó Pedro durante ese tiempo.
Jesús les dice que se encuentren con Él en Galilea. Caminan más de 150 km desde Jerusalén para llegar a la región (sumándole algunos otros km dependiendo del lugar específico desde donde tenían que llegar). Yo creo que ese tiempo en Galilea era un retiro entre Jesús y los discípulos. Juan y Mateo nos narran dos historias que ocurrieron en esos días. Mateo decide cerrar su escrito del Evangelio con una de ellas (el mensaje de la comisión de hacer discípulos), mientras que Juan decide regalarnos una obra maestra de cómo perdonar a alguien y levantarlo.
Una mañana, quizá fría, en el lago. Unos pescados (153 para ser exacto, más el que Jesús ya tenía en las brasas). Un pedazo de pan cocinado. Siete hombres agotados por no haber pescado nada durante toda la noche, pero sorprendidos por haber pescado un montón en un instante cuando un desconocido les dijo desde la orilla que tiraran la red a un lado de la barca. Un jovencito que reconoció a su maestro al instante como ningún otro (eso produce la cercanía, estar recostado en su pecho, y amarlo como ninguno de los demás).
Pedro anda medio desnudo, no solo de ropa sino de sus emociones. Pero Jesús los invita a comer como solo Él sabe hacerlo. Les recuerda que Él siempre proveerá; que no importa el pecado, siempre se acercará primero para comer.
Me gusta este Jesús porque entiende la necesidad inmediata de las personas, y comprende que con cada uno el acercamiento es distinto. Con algunos, el perdón llegó luego de una comida (ejemplo, Mateo). Pedro sería otro ejemplo de ello. Incluso la oración modelo (el Padrenuestro) dice: “…Danos cada día nuestro pan cotidiano. Perdónanos nuestros pecados…” (Lucas 11:3-4)
Por alguna razón Jesús menciona la comida y luego el perdón; con Pedro lo ejemplificó muy bien. Y es ahí en la playita, luego de haber comido, cuando tienen la conversación más íntima que podemos encontrar entre ellos.
Jesús: ¿Me amas Pedro?
Pedro: Tú lo sabes todo, y sabes que tan solo te quiero.
Si esa conversación hubiese sido entre una pareja de novios, es posible que alguno de ellos hubiese concluido: “Entonces hasta acá llegamos.
Muchas gracias. Chau”. Pero Jesús hizo algo que ninguno de los presentes se imaginó: designó a Pedro como el pastor de la iglesia en formación (apacienta mis ovejas).
¿No se supone que es el momento donde le reclama? ¿Acaso no era el lugar propicio para recordarle lo que sufrió porque Pedro no lo defendió? ¿Y si le recordaba que Él mismo le había dicho que lo iba a negar?
Me gusta este Jesús porque se le olvida el pecado del otro y restituye, levanta al que se cayó, reivindica al que no se esperaba ser ayudado. Ese es nuestro Maestro, ese es nuestro Salvador. Jesús, que decidió convertirse en el cordero de Dios que quita el pecado de la humanidad entera.

Extracto del libro Preguntas Intimas

Por Rafa Ayala

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