Rizpa hija de Ayá tomó un saco y lo tendió para acostarse sobre la peña, y allí se quedó desde el comienzo de la siega hasta que llegaron las lluvias. No permitía que las aves en el día ni las fieras en la noche tocaran los cadá­veres. (2º Samuel 21:10).

Ella fue una de las concubinas del rey Saúl. Sin duda, no es un gran currículo para presentar. Fue la madre de dos hijos, Armoní y Mefiboset (pariente y tocayo del hijo de Jonatán, el amigo del rey David). Tampoco es una gran hazaña.

Dos hijos eran poco para los patrones culturales de la época. De cualquier manera, es interesante que en este relato (bastante sangriento, por cierto) ella pasa día y noche cuidando de los cadáveres de sus dos hijos, ahorcados por tos gabaonitas en un arreglo de cuentas en el que ella no tenía ningún tipo de participación. Obviamente, esa actitud me parece admirable.

Después de la muerte de Saúl, David no reaccionó como lo hacían co­múnmente los nuevos monarcas; por el contrario, demostró una generosidad y una bondad muy grande para con los descendientes del antiguo rey. Pero en este momento de la historia, hay un cambio radical en ella. La generosidad y la bondad desaparecen para dar lugar a la venganza personal, y entrega a los gabaonitas a siete de los hijos de Saúl (dos de ellos eran hijos de Rizpa). Todos son ahorcados. Ya no hay nada que pueda hacer para salvarlos. Pero el amor de esta madre va más allá de la muerte. Queda semanas defendiendo los cadáveres. Día tras día, noche tras noche, cansada, triste, exhausta, defendiendo los cuerpos de sus hijos.

Al cabo de este tiempo, cuando el rey se entera de la situación en sus detalles, toma algunas decisiones que humanizan -un poco- la situación. Es interesante que la hambruna y la sequía no hayan cesado cuando David manda matar a los jóvenes, ni cuando los ejecutan. La situación cambia cuando el rey ordena que se realicen los rituales de sepultura.

¿Por qué motivo estarías dispuesto a un esfuerzo como el de Rizpa? ¿Cuál es tu límite? ¿Un mes, una semana, un minuto, o solo algunos segundos? Muchas veces nuestro “ruego” al Cielo es tan exageradamente breve, que debería darnos vergüenza. No hay poder si no hay oración perseverante.

Extracto del libro 365 Vidas

Por Milton Bentancor

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