Aquel mismo día dos de ellos se dirigían a un pueblo llamado Emaús, a unos once kilómetros de Jerusalén. (Lucas 24:13).
Todo había terminado. La Pascua más impresionante de la historia había acabado. El sueño del rey que libraría al pueblo de los romanos había finalizado. La esperanza del Mesías había quedado clavada en la cruz, que les parecía el punto final.
Esa mañana, las mujeres y los discípulos ya habían mencionado que el cuerpo no estaba en la tumba. Pero la tristeza y el desconcierto que los embargaba eran tan grandes que no conseguían entender que era la segunda parte de la profecía la que se estaba cumpliendo. El dolor por la muerte era tan grande que no daba lugar a la esperanza de la resurrección.
Esperando durante todo el día la confirmación que ya tenían desde la mañana, cuando el sol comenzó a bajar ellos iniciaron su caminata hacia la pequeña Emaús, a unos 11 kilómetros de Jerusalén. En la capital, no había nada más que hacer.
En el camino, apesadumbrados, quejosos y lamentándose por todo lo que había ocurrido, Cleofas y el otro discípulo no consiguen reconocer a su compañero de viaje Lo escuchan, lo ven, lo tocan, pero no consiguen darse cuenta de quién es el que los acompaña. Él les explica todo lo que sucedió, los coloca en la perspectiva correcta, les muestra las profecías y las realidades. Nada es suficiente para abrirles los ojos espirituales, cegados por el dolor y los pensamientos propios.
Cuando entran en la casa, a la hora de la cena, ven sus manos marcadas y reconocen al Maestro. Ya es de noche, pero el camino de regreso a Jerusalén se hace rápido, corto y fácil. Hay buenas noticias que llevar a los demás. ¡Hay un Cristo resucitado que anunciar!
Esta noche, tal vez estés al pie del arbolito de Navidad y veas a un bebé acostado en un pesebre. Sus manos no estarán marcadas, pero tú sabes que es el mismo Jesús que subió a la cruz por ti.
Esta noche, tal vez te encuentres en medio de la comida, los regalos, los buenos deseos y los abrazos de la familia y de los amigos.
Esta noche es un buen momento para recordar que -como los discípulos de Emaús- tienes el mayor mensaje que jamás haya sido dado al mundo: un mensaje de alegres nuevas, de las cuales dependen las esperanzas de tu familia humana para este tiempo y para la eternidad.
Extracto del libro 365 Vidas
Por Milton Bentancor