Cuando Jesús entró en casa de Pedro, vio a la suegra de éste en cama, con fiebre. Le tocó la mano y la fiebre se le quitó; luego ella se levantó y comenzó a servirle. (Mateo 8:14-15).

Todo lo que la Biblia dice de la suegra de Pedro está en esos dos cortos versículos. Jesús fue a la casa de Pedro. La suegra estaba con fiebre. Él la tocó. Ella se curó, se levantó y lo sirvió.

Fácil, ¿verdad? Realmente, muy fácil. Cuando Cristo llega a tu vida, tú estás enfermo. Él te toca, te cura, te salva; tú lo sirves. ¿Dónde está la com­plicación? En ningún lado, solo en nuestra cabeza. Es de allí que salen esos discursos que hablan de lo difícil que es ser cristiano, de lo complicada que es la vida cristiana. ¡Es simple! Cristo hace todo por ti. Tú lo sirves.

Dirás: «¡Ah! Lo que pasa es que el Yo no me deja entregarme, y entonces…» Ese tipo de discurso intenta explicar no la dificultad de la religión de Cristo, sino nuestras complicaciones -alimentadas por el enemigo de Dios- para dar nuestro paso, que ni siquiera es el primero. Jesús -siempre- da el primer paso.

No sé cómo te encontrará Cristo hoy. No sé si estás con poca fiebre de pecado, con mucha o si ya estás con convulsiones pecaminosas. Pero, si Cristo entra en tu vida, él tiene poder para tocarte, curarte y salvarte. El punto está en que cuando te encuentres con él, lo tienes que dejar actuar.

Imagina si la suegra de Pedro le hubiera dicho que no, que no se preocu­para, que no se interesara por ella; que había cosas más importantes para que él hiciera. Para Dios, hoy, lo más importante del universo es su hijo enfermo, al que quiere sanar. ¿Lo dejarás?

Cristo, una vez que recibió el permiso para actuar (ésa es tu parte, la puedes realizar cada mañana, al levantarte), le tocó la mano, y así la curó. Tu verdadera actividad comienza ahora, una vez curado: lo sirves. Es natural, es genuino agradecimiento, es la reacción de quien está salvo.

Extracto del libro 365 Vidas

Por Milton Bentancor

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