Pero el rey le respondió a Arauna: -Eso no puede ser. No voy a ofrecer al Señor mi Dios holocaustos que nada me cuesten. Te lo compraré todo por su precio justo. Fue así como David compró la parcela y los bueyes por cincuenta monedas de plata. (2º Samuel 24:24).

Arauna no esperaba que David llegara a su propiedad; había, sin du­das, cosas más importantes de las que preocuparse. El país estaba sufriendo hacía tres días una peste mortal que ya había matado a sesenta mil hombres. ¿Por qué el rey, justo en ese momento, aparecería en su propiedad?

Es posible que no lo sepas, pero en la sabiduría de Dios tú y tu familia pueden estar en el punto central de una historia. La casa de Arauna fue el límite que Dios se había auto impuesto para detener la matanza. El ángel de la muerte estaba con la mano levantada para destruir Jerusalén. El fin era cuestión de segundos.

Naturalmente, cuando Arauna ve al rey y a sus oficiales, pregunta la razón por la que están en su propiedad. La noticia que escucha lo alivia: David viene para ofrecer sacrificios. Ante la grata noticia, Arauna ofrece toco lo bueno que tiene. Escoge lo mejor de su propiedad, para que el rey pudiera realizar su sa­crificio. David no acepta la oferta. «No puedo ofrecerle a Dios una ofrenda que no me cueste nada», es su argumento. En realidad, eso no sería una ofrenda.

Es interesante e importante que entendamos que la ofrenda que Dios acepta no tiene relación con la cantidad, sino con el corazón de quien la ofrece. Los ceros detrás del número no impresionan al Dueño del universo; pero, por otro lado, ofrecer al Señor algo que para ti no tiene ningún valor, tampoco puede ser considerado una ofrenda correcta. El ofrecimiento de Arauna era natural; la respuesta de David fue sabia.

A la hora de presentar tu ofrenda a Dios -y eso debería ocurrir en cada mo­mento de adoración en el que participes-, deberías entender que la ofrenda es sacrificio y es entrega; que una ofrenda es colocar en el altar, obedeciendo la orden divina, algo que tenga algún valor para ti. Las dos blancas para la viuda. El cordero para Abel, Las palomas para José y María. Tu corazón y tu vida.

Extracto del libro 365 Vidas

Por Milton Bentancor

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