Entonces los soldados, con su comandante, y los guardias de los judíos, arrestaron a Jesús. Lo ataron y lo llevaron primeramente a Anás, que era suegro de Caifás, el sumo sacerdote de aquel año. (Juan 18:12-13).

a influencia de Anás era grande todavía en el pueblo. Sin ser el sumo sacerdote en el momento, los miembros de la policía del Templo llevan al prisionero ante su presencia.

Mientras Pedro está negando a Jesús en el patio y Juan deambula por el mismo lugar, Anás está interrogando a Jesús de manera ilegal, ilícita e indebida. Tanto el horario, como quien ocupa el lugar de juez y las acusaciones están viciados de nulidad. Queda en claro que Anás no está buscando juzgar a Cristo: lo quiere condenar. El juicio es una farsa.

Las injusticias se pueden sumar en tu vida, pero nunca llegarán cerca de las que Cristo sufrió por amor a ti. Quizá con la intención de allanarle políticamente el camino a su yerno -Caifás-, en el siguiente momento de esta simulación de juicio, pregunta por sus discípulos y su doctrina.

De los discípulos, Cristo no dice nada. De la doctrina -por la que lo habían acusado de blasfemia-, simplemente explica dos puntos, a través de dos pre­guntas. El primero, ¿por qué se lo está preguntando a él? El testimonio de un. hombre, a su favor o en su contra, no servía en el juicio. El segundo, ¿por qué este interrogatorio, sí él había hablado y enseñado públicamente en los diferentes lugares de Jerusalén y de la nación?

Anás no frena la mano de uno de sus policías, que se levanta para golpear la cara al Señor del universo. Enceguecido por su incredulidad, no consigue reaccionar de manera correcta. Perdido en sus propias ideas, da el puntapié inicial de un espectáculo bochornoso, que tiene como desenlace la cruz del Calvario, ocupada por un inocente.

Con preguntas inteligentes y afirmaciones contundentes, Cristo deja en evi­dencia el pobre plan de Anás: pero no frena el proceso que lo lleva al Gólgota Como cordero, se deja llevar al matadero. Mansamente, permite que sus enemi­gos lo ataquen. Tranquilamente, da cada paso que fue necesario para salvarte.

Anás, como todos los incrédulos de la historia, no tuvo respuestas ante la nobleza de Cristo. No tuvo argumentos ante la presencia del Señor. No tuvo fuerzas ante el poder de la verdad.

Extracto del libro 365 Vidas

Por Milton Bentancor

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