Amón hizo lo que ofende al Señor, como lo había hecho su padre Manasés. En todo siguió el mal ejemplo de su padre, adorando e inclinándose ante los ídolos que éste había adorado. (2 Reyes 21:20-21).

Tú puedes solucionar tu situación con Dios, pero las consecuencias de tu pecado -lamentablemente- te podrán acompañar hasta el último día de tu vida.

Manasés hizo todo mal durante la mayor parte de su vida. Amón, su hijo, creció, se educó y se alimentó con ese estilo de vida. El pecado, para él, era natural. Cuando su padre, estando prisionero en Babilonia, pide perdón a Dios, se arrepiente, regresa como un nuevo hombre al palacio y a la vida diaria en el palacio, para Amón es demasiado tarde. La conversión del padre no lo alcanza.

Imagino que Manasés debió de haber sufrido mucho observando esa reali­dad. Imagino que habrá intentado muchas veces explicar al futuro rey que sus equivocaciones le habían costado demasiado caro; que el pecado no compensa; que lo mejor era cambiar de vida y entregarse en las manos de Dios. Amón debió de haber escuchado decenas de “sermones” predicados con la palabra y con el ejemplo, pero lo que había visto y oído durante su infancia, y con lo que había convivido durante toda su vida -hasta ese momento- tenía más fuerza, estaba más arraigado en su corazón.

La consecuencia del pecado de Manasés fue la conducta equivocada de su hijo. Imagino que el anciano rey habrá llorado por esta situación, porque los pecados pasados, confesados o no, tarde o temprano nos hacen llorar.

Juan cometió adulterio. Su esposa, por un amor que no consigo entender, lo perdonó. En el proceso de reconstrucción de la relación, de la familia y de la confianza, Juan se entera de que su examante está embarazada. ¿Qué hacer? ¿Volver con la otra mujer, por amor y respeto al niño que va a nacer y que no es culpable de nada? Obviamente que no, porque el pecado nunca es la solución para ningún problema.

El punto central está en no transformar la consecuencia del pecado en un punto de partida para el próximo pecado, sino en entender que el enemigo de Dios, hasta que nosotros estemos en el cielo, nos recordará, de la manera más dolorosa que consiga, nuestra mala conducta. Nuestra única solución es buscar In capacidad de perdón, olvido y restauración que Dios nos ofrece.

Extracto del libro 365 Vidas

Por Milton Bentancor

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