Las reglas son una parte necesaria de todo campamento. Sin embargo, muchos campamentos organizados por las iglesias sufren de una sobreabundancia de reglas.

Si ponemos demasiadas reglas, crearemos más problemas de los que intentamos prevenir. Ciertamente no podemos prescribir aquí una lista específica de reglas, pero sí ofrecer algunas pautas importantes para que cada uno establezca su propio conjunto de ellas.

Cuantas menos, mejor. Hay muchas reglas que no necesitan ser especificadas. Por ejemplo, los chicos ya saben que no pueden llevar drogas al campamento.

No intentemos establecer nuestra autoridad mediante una conducta severa o un sermón autoritario. Hagamos de las reglas algo ágil, firme, pero con un toque de humor. En lugar de decir: «Está prohibido arrojar piedras al lago», digamos: «Hay un juego que no está permitido jugar en el campamento; se llama Bombardear al pato».

Nunca hagamos alardes. Cuando anunciemos que los que rom­pan determinadas reglas sufrirán las consecuencias, asegurémo­nos de cumplirlas. Es mejor mantener silencio con respecto al cas­tigo y resolver cada situación en forma individual.

Tratemos los problemas a medida que surjan y en forma priva­da con los que estén involucrados; los azotes públicos pertenecen a la Edad Media. Es preferible, además, descartar castigos que se apliquen al campamento entero. Los incidentes públicos que oca­sionen que todo el campamento sufra pueden arruinar la expe­riencia completa de los acampantes.

Nunca privemos de comida a un acampante, ni de sueño o abri­go. Las reglas deben ser planteadas en forma positiva y ayudar así a la comprensión de que su objetivo es mejorar la experiencia del campamento. Las reglas nunca deben fijarse para forzar a las per­sonas a actuar como cristianos.

Extracto del libro Campamentos

Por Autores Varios

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