A partir de este capítulo aprenderemos acerca de los cinco pilares sobre los que se asienta una subcultura juvenil, es decir, los cinco componentes o características que casi siempre están presentes en su ADN y que nos ayudarán a entenderla mejor o al menos a poder compararla y contrastarla con otras.

En este proceso de reconocimiento de las distintas subculturas se dan dos dinámicas que ya mencionamos. La primera es la autopercepción, es decir cómo se identifica el grupo a sí mismo, desde adentro hacia fuera; la segunda es la heteropercepción, o la percepción de los de afuera. A veces ambas coinciden y otras no. Por ejemplo, cuando conversé con May—una chica en cuya vestimenta primaba el negro, que usaba piercings y accesorios de tipo agresivos, tenía los ojos bien delineados de negro como para acentuar una mirada dura, y decía escuchar música entre punk y barroca y asistir a fiestas privadas en sótanos u otros lugares under; también confesaba una predilección por la soledad y repudio a la sociedad, entre otras cosas—. Le pregunté si se consideraba punk, alterna o gótica y me dijo, con cierta sorpresa, que ninguna de las tres cosas. Pero mi apreciación oscilaba entre esas opciones. De modo que su autopercepción no coincidía con la forma en que era vista externamente.

La estética

Cuando hablamos de estética estamos abarcando la vestimenta, el peinado, tipo de maquillaje si lo hay definido, accesorios, calzado, etc. En suma, el conjunto de la apariencia general que hace que la persona sea reconocida como un integrante de tal o cual grupo. El uso de esta suerte de “disfraz” o “uniforme” se hace más estricto al principio, cuando el joven está en la etapa de ser aceptado por el grupo, y se flexibiliza a medida que se ha establecido firmemente, dando lugar a innovaciones o permisos para hacer mezclas con accesorios o usar prendas que le confieren un touch personal.

La estética como formadora de identidad

Este look es parte de una identidad colectiva más bien que personal; los jóvenes están orgullosos de portar una estética y ser reconocidos como integrantes de un grupo por el uso de ella. Todos tenemos que vestirnos para salir a la calle, es obvio. Pero en el caso de las subculturas, se trata de usar la ropa a modo de un atavío que de ninguna manera los haga ver reflejados en lo común, lo masivo. El atuendo presenta una riña que tironea entre dos sentimientos contradictorios pero reales: por un lado, el ansia de identificación, y por otro, el deseo de singularización.

De allí el mote de poseur (o poser), que es el término usado entre los jóvenes para referirse a alguien que toma tan solo la estética de una tribu urbana, sin comprometerse con la ideología del movimiento y usando la apariencia externa como una forma de mensaje a la sociedad, pero un mensaje hueco. Eso se hace con el fin de aparentar pertenecer sin hacerlo realmente, y es interpretado por los demás miembros de la tribu como una falsedad. Aunque no hay que caer en el error de confundir a estos con los newbies o los wannabe (de la contracción wan’t to be: querer ser), que son los principiantes o novatos que están ingresando a una subcultura y que están interesados en ella, quienes son admiradores de una subcultura o una música y van en vías de convertirse en verdaderos integrantes del grupo real. La conducta de los poser les vale el odio de los miembros veteranos de una tribu, quienes se fastidian porque los primeros, con su imitación del estilo solo por moda, convierten a la tribu en algo poco serio.

Es que la vestimenta tiene un rol vital como elemento de identificación en algunas subculturas. A tal punto que, por ejemplo, no puede concebirse un murguero sin su traje de colores llamativos, sus lentejuelas destellando y su galera y bastón tan emblemáticos. Si se le quitara su ropa, se le estaría robando una parte crucial del papel que representa como movimiento contracultural: el de crítico social y político o denunciante irónico de las injusticias de los más pobres.

Esto es así, a tal punto que se invierte mucho dinero en el vestuario. En palabras de un protagonista, llamado Pantera, de 46 años, director de la compañía Los Reyes del Movimiento, quien admite que en su 26° carnaval consecutivo perdió la cuenta de lo que lleva gastado, dice: “Aguinaldos completos y vacaciones fueron a parar a la murga. Hoy mis hijos me entienden, pero yo los privé de muchas cosas y en algún momento sentí que les fallé como padre”.

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