David también señala una segunda deficiencia: “Se lisonjea en sus propios ojos”. De nuevo, esto describe a muchos adolescentes. Los adolescentes no tienden a vivir con una perspectiva apropiada acerca de sí mismos. Piensan que saben más de lo que en realidad saben. Piensan que son más maduros de lo que en realidad son. Tienden a creer que son más fuertes y sabios espiritualmente. Están convencidos de que han superado ya su necesidad de la dirección paterna mucho antes de lo que es en realidad. Cuando se ven a sí mismos, no usan el espejo perfecto de la Palabra de Dios, sino el espejo carnavalesco de la opinión de sus coetáneos, la evaluación personal y la norma de la cultura. En esos espejos, en realidad te ves a ti mismo, pero lo que ves está distorsionado, de tal manera que tus piernas se ven gordas y cortas, o tu cuello parece tener 30 centímetros de longitud. La introspección típica del adolescente está distorsionada de igual manera. No se ve a sí mismo con claridad o precisión. Tiende a tener “más alto concepto de sí mismo que el que debe tener” (Rom 12:13).

Estas dos deficiencias deben permanecer en nuestras mentas al estar tratando de educar a nuestros adolescentes. Debemos tratar no sólo de corregir el mal del momento, sino avanzar un poco más. Lo que queremos es ver a nuestros hijos crecer en su consciencia de Dios y sumisión a Él, y en un conocimiento apropiado de ellos mismos. Debemos ver cada situación, cada discusión, cada problema, cada encuentro, cada intercambio como una oportunidad para trabajar en estas deficiencias fundamentales. Y necesitamos recordar que estas luchas están presentes en nuestras vidas también. Son evidentes en los adolescentes porque son evidentes en las personas en general.

El Salmo 36 nos ha dado dirección y propósito, pero todavía necesitamos enfocarnos más, con un sentido de proyecto con cada uno de nuestros adolescentes. ¿Cómo nos ayuda este Salmo para hacer esto? Considerémoslo juntos.

Comencemos con la meta. David nos provee uno de los mejores resúmenes de la meta de Dios para nosotros y nuestros adolescentes. David la declara negativamente, pero de todas maneras es clara. Dice que debido a que el “impío” carece del temor a Dios y de un concepto adecuado de sí mismo, ha dejado de sensato y de hacer el bien. Estas cualidades son la meta suprema de todo lo que hacemos como padres. Lo que queremos es ayudar a nuestros hijos a ser sabios y que hagan el bien.

¿Quién es una persona sabia? Es la persona que teme al Señor, cuya vida está organizada por la existencia de Dios y su voluntad revelada. Traerá a la vida diaria el tipo de sabiduría que sólo puede venir de arriba. ¿Quién es la persona que hace el bien? ¿No es acaso la persona que se ha comprometido a hacer todo de una manera que agrade al Señor y que es consistente con los mandamientos y principios de la Escritura? El que hace el bien pone atención a los límites que Dios establece y trata de nunca rebasarlos. La persona sabia trata de traer esa sabiduría a cada circunstancia, cada decisión, y cada relación. Siempre se está preguntado, “¿Qué decisión, actitud o acción expresará de mejor manera la voluntad de Dios en esta situación particular?” En pocas palabras, nuestra meta es la vida piadosa práctica y funcional.

La educación de los hijos siguiendo un proyecto significa tener metas claras en mente, pero también necesitamos ayudar a nuestros adolescentes a vivir con un sentido de la situación. Dios, en su plan soberano, los ha colocado en una situación particular, en un contexto particular de la vida. Éste será diferente para cada uno de nuestros adolescentes. El adolescente que va a una escuela pública está en una situación diferente al que va a una escuela cristiana. El adolescente que va a una escuela rural pequeña tiene una situación muy diferente al que va a una escuela urbana enorme. Quizá tu familia no es afluente, pero tu adolescente va a una escuela privada en la que la mayoría de los muchachos vienen de familias muy ricas. Esta diferencia será una fuente cotidiana de lucha y tentación para tu adolescente.

Extracto del libro “Edad de Oportunidad”.

Por Paul David Tripp.

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