Dicen que muchas cosas de nuestro carácter tienen que ver con nuestra educación. Cuando miro la heren­cia que han dejado mis padres en mi forma de ser, hay algo que me caracteriza: soy optimista. Mi padre siem­pre me ha dicho que debo pensar en positivo. Creo, sin duda, que ante el reto de ser diferente debemos ser optimistas; a veces pienso que el mundo ya se encarga­rá de presentarme el lado negativo de las cosas.

Así que, te animo a aprender a ser optimista. Podría escribir miles de páginas sobre el optimismo. Los psicólogos no paran de escribir libros hablando de la vida positiva, de ser optimistas, de mirar el lado bueno de las cosas. Pero como eres joven, y seguro que te gustan, al igual que yo, las respuestas breves, cla­ras y de fácil comprensión, te digo que ser optimista, fundamentalmente, consiste en mostrarse alegre. Y tienes multitud de motivos para hacerlo: tienes vida, tienes hogar, tienes familia, tienes personas que com­parten tu misma fe y, sobre todo, tienes un planeta entero para ti, para explorar, conocer y disfrutar, tienes un Dios que te ama por encima de todas las cosas…

¿Puedes pensar en aquellas cosas que mere­cen la pena? ¿Puedes pensar en algo que te produce alegría? ¿Sabés? La alegría destierra el estado angus­tioso de nuestras almas, esto está en la Biblia y lo afir­ma cualquier psicólogo. Alégrate si eres feo, guapo, grande o pequeño, alégrate si estás sano o enfermo, rico o pobre, alégrate siempre… Marco Aurelio de­cía: «La alegría se encuentra en el fondo de todas las cosas, pero a cada uno le corresponde extraerla». Así que, extraigamos alegría del mundo que nos rodea, de lo cotidiano, no una alegría vacía y sin sentimiento, sino razonada y con motivo. Jesús es mi mejor amigo. A mí con eso me vale para sentir alegría. ¿Qué cosas te valen a ti para mostrarte alegre? ¡Piénsalo!

El optimismo no solamente consiste en mostrarse alegre. Ser optimista es buscar soluciones cuando se nos plantean los problemas, como se suele decir, no ahogarnos en un vaso de agua. Optimismo es transmi­tir energía, es ser un ejemplo para los demás, es sa­ber mirar hacia el frente y seguir adelante cuando las cosas van mal, es saber extender tu mano y ayudar al que está a tu lado. El optimismo es contagioso, es transformación, porque conduce al cambio en nuestro pensamiento, es una respuesta al mandato de Dios de «examinadlo todo, retened lo bueno». Optimismo es saber desarrollar nuestras capacidades, habilidades y dones puestos al servicio de Dios, buscando esa transformación.

El optimismo, además, tiene mucho que ver con lo que sale de nuestra boca, las palabras que pronun­ciamos, que decimos al resto de la gente. Así que te invito a evitar la crítica, evitar herir a los demás con lo que dices. Un proverbio árabe dice: «Habla solamente cuando estés seguro de que aquello que vas a decir es más hermoso que el silencio». Debemos cuidar nuestras palabras, pues ellas reflejan una imagen de nosotros mismos. Busca palabras positivas y dinámi­cas que estimulen a los demás y a nosotros propia­mente, dando ideas, opiniones y explicando nuestros pensamientos. Acepta las equivocaciones, sé humilde en reconocer cuando tus palabras han herido a al­guien, incluso cuando no te das cuenta.

Finalmente, optimismo es para mí, sobre todo, sa­ber no mirar atrás y perseguir ese objetivo que nos hemos marcado. Si he decidido seguir a Jesús no quiero mirar atrás, si he decidido ayudar a alguien, si he decidido estudiar o trabajar, abandonar un vicio o cualquier cosa, no quiero mirar atrás. Como decía Pablo, siempre con los ojos puestos en Jesús, quiero pensar en la meta.

Para nuestro proceso de transformación, para ser diferentes, necesitamos plantearnos objetivos, nece­sitamos valentía y perseverancia, como hemos dicho, pero en ese proceso necesitamos además una actitud y unos pensamientos positivos. Porque seguro que caerás, errarás en el proceso y todo el mundo se encargará de decirte lo malo. Pocos te hablaran de lo bueno, por eso necesitamos pensamientos optimis­tas, positivos, pensamientos que siempre nos llevan hacia la meta, hacia el objetivo marcado. Yo quiero ser diferente y quiero no conformarme a lo que todo el mundo me ofrece, pero seguro que el camino de la alegría tiene mucho más poder que el camino de la tristeza, de la queja, de la crítica, del victimismo. Con frecuencia veo a muchos jóvenes que parece que su mundo es lo peor. Son negativos y sólo ven lo malo.

No quiero decir con esto que no hay que ser sensibles o que debamos minimizar las cosas, pero siempre el pensamiento negativo se convierte en una espiral que nos lleva a más dolor. Prefiero ser optimista, aunque luego me lleve muchos palos, pero bueno, al fin y al cabo en esto consiste ser diferente.

¡Gracias, papá, por enseñarme a ser optimista!

Extracto del libro “Soy Diferente y Qué”

Por Israel Martorell Alonso

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