«Agradable y perfecta» (Ro.12.2)

Hacer la voluntad de Dios no es fácil. Desde luego en esta serie de pensamientos he intentado hacerte ver que ser cristiano no es «gratis». Aunque la salvación de Dios sea un regalo, vivir la fe tiene consecuencias y tiene un coste para nuestras vidas. Pero la sensación que produce el saber que estás realizando la voluntad de Dios más allá de conocerla es algo indescriptible. Cuando sientes que el latir de Dios corresponde con tu latir, eso es agradable, pero también muy muy emo­cionante. Nos han vendido la idea de un cristianismo aburrido, un cristianismo que nos limita a vivir, pero éste es un concepto totalmente equivocado.

Dice la Palabra de Dios que ella misma es como un espejo donde nos miramos, donde podemos vernos realmente como somos a la luz de la voluntad del Dios revelada en la Biblia. Cuando somos conscientes de esa realidad nos entristece, pues vemos que nues­tra vida no es perfecta, no es como Dios quiere que sea. Sin embargo, cuando nos vemos en ese espejo y apreciamos que las cosas que estamos haciendo corresponden con lo que Dios quiere, nos sentimos tan tremendamente felices que no podemos dejar de vivir con ilusión, con ganas, con fuerzas para seguir siempre adelante. El vacío interior que se produce por estar alejado de Dios desaparece, las ganas de vivir aumentan hasta límites insospechados, pero además se pierde todo miedo a la muerte, se pierde todo miedo al dolor y al sufrimiento, pues comprendes su presencia y la asimilas como parte de tu vida. Cuando tu latir corresponde con el latir de Dios nada te pa­rece imposible, eres capaz de hacer cosas que nun­ca imaginaste hacer, eres capaz de decir cosas que jamás pensaste, eres capaz de ver el amor de Dios en la vida cotidiana, en todo aquello que está a nuestro alrededor, en las pequeñas e inapreciables cosas.

Tus relaciones cobran una nueva dimensión, pues no están basadas en el egoísmo o en la rentabilidad que van a producir para mí. El valor de las cosas cambia por completo. Ahora ya no me importa quién gana la liga de fútbol, si tengo el último videojuego o el mejor coche; ahora me importan los cambios que se produ­cen en mi interior por medio de la acción del Espíritu de Dios en mi vida, me importan las personas y su sufri­miento, me importa que la gente se sienta valorada, querida y apreciada.

Me importa mi familia, mis pa­dres, a pesar de sus errores, o mis hermanos, aunque a veces no los comprenda. Me importan los jóvenes que Dios pone cada día en mi camino. Me importa mucho mi pecado, pues me duele verlo. Me aterroriza pensar en cómo puede esclavizarme. La transforma­ción que Dios hace en mi vida se ha convertido en mi meta, porque quiero brillar con luz propia, quiero ser totalmente libre, quiero romper con la apatía y la me­diocridad del ser humano, empezando por mí mismo.

Extracto del libro “Soy Diferente y Qué”

Por Israel Martorell Alonso

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