¿El sábado que viene? ¡Qué lástima que no me dijiste antes! Estoy ocupado.

¿El viernes a la noche…? No voy a estar en casa.

¿El domingo…? Ya tengo otro compromiso (voy a la iglesia).

Pudiera ser que estas ha­yan sido algunas de las muchas respuestas que le diste a tus compañeros de la escuela cuando te invi­taron a bailar o salir «por ahí…». Decime si no te sentiste muchas veces como un tonto, tratando de dar ex­cusas o explicaciones ab­surdas en vez de decir que no participabas de boliches, cigarrillos, «noviecitas de un día» y muchas cosas más, porque sos cristiano. La escuela o el grupo de chicos del barrio llegan a ser una tortura para aquél que no se declara como cristia­no de entrada. El «escape por la tangente» no siem­pre resulta exitoso a la vista de los demás, y ni te cuento para el que escapa. Ir con la corriente fue siem­pre lo más normal y barato de todos los tiempos. Ser diferente marca una dis­tancia, una oposición, ge­neralmente trae dolores de cabeza y “¿Para qué que­remos más si con los que tenemos nos alcanza y so­bra?” pensamos en voz baja.

Hubo un joven en el Antiguo Testamento que fue distin­to en su manera de ver la vida. Daniel, como lo señala el libro que lleva su nombre era una persona distingui­da, «de sangre azul», como decimos. No sólo esto dice Daniel capitulo 1, sino que ade­más era pintón, inteligente y culto (preparadlto el mu­chacho). Esta joyita fue lle­vada cautiva junto a otros jóvenes del pueblo de Dios (Israel) a Babilonia, específicamente a la tierra de Sinar, el lugar de más perversión de aquél enton­ces.

El problema que tuvo que enfrentar Daniel en la tierra de Sinar no fue pasar ham­bre, ser maltratado como esclavo, o sentirse solo por no ser atendido; la meta era que se sintiera suma­mente considerado y fue­se atendido de lo mejor por tres años, al punto tal que se le daba a comer de la comida del rey. ¡Qué bueno! (melón con jamón, lechón asado, etc, etc, etc,). Cualquiera hu­biera agarrado viaje y has­ta se hubiera hecho amigo del custodio para que le pase doble porción de tan exquisitos platos. ¿Por qué Daniel junto a sus amigos (Ananías, Misael y Azarías) despreció seme­jantes manjares y prefirió comer verduras y agua?

Daniel 1:8 dice: «Daniel propuso en su corazón no contaminarse…». Pero… ¿por qué se iba a contaminar por comer algo sabroso? El problema no estaba en lo sabroso, sino en que Dios había mandado a su pue­blo no comer de lo sacrifi­cado a los ídolos; y la comi­da del rey de Babilonia era precisamente ofrecida en sacrificio a los ídolos antes de llegar a la mesa del rey. Daniel podría haberse ex­cusado argumentando que estaba obligado como prisionero a partici­par de dicha comida; pero prefirió dejar de lado el pla­cer de su paladar, pare agradar a Dios, porque lo amaba.

¡Hay que estar firme pare tomar semejante decisión! ¡Sí! Firme como hijo de Dios y seguro de lo que se cree, para esto no hace falta ni ser santulón ni superespiritual. Daniel no sólo tuvo que dejar de lado «ciertos placeres» para agradar a Dios sino que pasó las mil y una. Le cambiaron el nombre, y así no sólo atentaron contra su fe y costum­bres sino también contra su identidad. Mirá si a vos te dicen: “Desde ahora no sos más Matías sino que a partir de este momento te llamas Mauricio. ¿Queeeeeé? Aparte, también estuvo visitando a los leones en su casa. Pero todas estas vicisitudes no lo hicieron cambiar de opinión, dice la Biblia que se mantuvo firme en lo que se había propuesto.

Volvamos al principio de nuestra charla. Te pre­gunto; ¿no es más fácil declararse como cristia­no y sufrir todas las con­tras juntas que vivir siem­pre con la persecuta de inventar alguna excusa para zafar?

Daniel tuvo que tomar coraje y encaró para adelante; su situación y las presiones que tuvo que soportar no lo depri­mieron, sólo porque es­taba seguro de que Dios estaba con él y entonces decidió ser luz en medio de las tinieblas. La consecuencia es inevitable…es como dos más dos igual a cuatro. Dios premió su fidelidad y lo puso en un lugar Im­portante: consejero del rey y profeta de su pueblo.      

A veces podes llegar a sentirte solo, luchando contra la corriente; pero es el momento donde no tenés que aflojar. Jesús dijo que aunque estamos en este mundo, no pertenecemos a él. Atrevete a ser diferente, a ir contra la corriente y a vivir la vida cristiana con total libertad porque lo que Dios te ofrece es eter­no, para siempre; y la oferta del mundo es de­masiada barata y pasa­jera.

¡Ah, me olvidaba! Sonreí, Dios te está filmando.

Por María Eugenia de Martinez

Tomado de Revista Nivel 17

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí