Continuemos.

¿Qué le pasó a Saulo? No se quedó tirado en el suelo todo el tiempo; se levantó pero… ¡oh, sorpresa!, ¡no podía ver! Se había quedado ciego y estuvo tres días sin ver, sin comer y sin be­ber nada.

Parece increíble que el hombre con tantas aga­llas estuviera ahora in­defenso y necesitando de la caridad de otros. ¿Sabés? No podemos pe­lear contra Dios: ni contra su iglesia ni contra sus pla­nes. Tal vez vos te hacés la misma pregunta que yo me hice muchas veces: ¿por qué Dios permite que algu­nos mueran por su causa?

La respuesta está en la Bi­blia y en la vida diaria. La Palabra y la historia misma nos cuentan que mientras hubo mártires, los cristianos se multiplicaban, el evangelio se expandía y en vez de desanimarse cobra­ban más fuerzas. Esto fue lo que sucedió en estos me­ses en Irán: hay más liber­tad para predicar de Cristo, muchos están creyendo y el evangelio se está exten­diendo después de la muer­te de este dirigente que te conté al principio de la nota.

Muchos dan su vida por ideales políticos. ¿No vale más darla por Cristo? Pero, siguiendo con la his­toria de Saulo, ¿sabés lo que pasó? Dios envió a un creyente llamado Ananías para que orara por él y recobró la vista en el momento de la oración. ¡Qué milagro!

Pero más milagro fue lo que pasó en el corazón de Saulo, porque a partir del momento en que se encontró con Jesús cuan­do iba a Damasco, su vida tuvo un cambio radical. Sé transformó en el predicador número «uno» de su época.

Antes no podía dejar de perseguir a los cristianos porque la furia por cuidar la ley judía (a su manera) lo consumía; ahora no podía de dejar de predicar del cambio que Jesús había hecho en él y estuvo dispues­to aún a dar su vida por una cau­sa valedera: Jesu­cristo.

Evidentemente Saulo era de aquellos que se juegan «por todo o nada». De «per­seguidor número uno», pasó a ser el «perseguido número uno». Solamente Dios puede cambiar tan milagrosa­mente el corazón de una persona. ¿Necesitás este cambio en tu corazón; o algún familiar o amigo tuyo lo necesita?

El poder fulminante con el que se enfrentó el gran apóstol Pablo y le cambió la vida, es el mismo que hoy en día sigue actuan­do entre nosotros porque, ¡¡¡Cristo vive!!!

Por María E. de Martínez

Tomado de Revista Nivel 17

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