El Dios que es nuestro Padre es un Dios de Poder Imponente. A través de este poder él es capaz de hacer cosas que están más allá de cualquier cosa que podamos verbalizar o comprender con nuestra imaginación. Piensa en la cosa en tu vida que parezca ser lo más imposible de lograrse. ¡Dios es capaz de hacer más que eso! Piensa en la cosa que la Biblia diría que es lo que más se necesita en la vida de tu adolescente, no obstante parece ser nada realista lograrlo y parece estar fuera del alcance. ¡Dios es capaz de hacer más que eso!

Es importante que veamos nuestra tarea como padres desde el punto de vista del poder imponente de Dios – el poder por el cual creó el mundo, mantiene funcionando el universo, resucitó a Cristo de los muertos y derrotó al pecado. Nuestro Dios es un Dios de poder glorioso que va más allá de lo que puede concebir nuestra mente. No podemos ver nuestra responsabilidad paterna sólo desde la perspectiva de nuestra fatiga y debilidad. Debemos recordar que somos hijos del todopoderoso. ¡Él es Poder! Él es fortaleza.

Pero debemos decir todavía algo más. Quizá estás pensando, ¡Cómo me gustaría obtener algo de ese poder! Pero no sabes cómo obtenerlo. De hecho, muchos padres con los que he hablado se han sentido desanimados por pasajes como Efesios 3:2o porque parecen estar tan lejos de su propia experiencia.

Necesitamos considerar con cuidado las palabras de esta doxología. Dice que Dios es “poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (ahora pon atención a estas palabras) “según el poder que actúa en nosotros” ¿En dónde está su poder? ¿Está allí lejos en algún lugar de los cielos, estando disponible sólo para aquellos que han descubierto el ritual correcto para ponerlo en acción? ¡No! Eso no es lo que Pablo dice. En vez de eso dice algo que es glorioso y radical, sin embargo es algo real. El poder imponente de Dios reside dentro de su pueblo y está activamente en funciones. Padres, este poder glorioso reside dentro de ustedes como hijos de Dios, por medio de su Espíritu Santo, de tal manera que pueden hacer las cosas a las que Dios les ha llamado que de otra manera sería imposible realizarlas.

Es en nuestros momentos de debilidad cuando nos rehusamos a darnos por vencidos que experimentamos las fuentes gloriosas de poder que reside dentro de nosotros por ser hijos del todopoderoso. Pablo nos dice en 2 Corintios 12:9 que el poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad. A menudo nos perdemos de experimentar su poder porque tendemos a renunciar cuando hemos golpeado la pared. Es cuando hemos agotado los recursos de nuestra propia fuerza y sabiduría que tendemos a sucumbir a las emociones del momento, diciendo y haciendo cosas que luego lamentamos toda la vida. Pero debido a la obra de Cristo, podemos hacer algo diferente; podemos ser padres con valor y esperanza. Es importante reconocer la fuerza que se nos ha dado como hijos de Dios.

El Regalo de Gloria

En Juan 17, Cristo está enfrentando la cruz, la resurrección y su ascensión al cielo. En los momentos finales antes de su captura, va al su Padre en oración por sus discípulos y por aquellos que habrían de creer por su ministerio. Ora por la relación que sus seguidores tendrían el uno con el otro; que sus hijos experimentaran la misma unidad que él tiene con el Padre y el Espíritu. ¡Imagínate una familia en la que reine tal unidad! ¡Imagínate el tipo de relación que tendrías con tu adolescente! Ciertamente, es una tentación mirar estos pasajes y decir, “Por favor ¡Pon tus pies sobre la tierra! ¡No puedes estar hablando en serio! ¡Realmente no piensas que esto es posible! ¿O sí?”

Antes de desechar estos pasajes por parecer totalmente idealistas y tan distantes de nuestra propia experiencia como para ser de ánimo o ayuda, necesitamos poner atención cuidadosa a sus palabras (Juan 17:20-23)

“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.”

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