La Real Academia Española dice sencillamente que algo transcultural es toda cosa “que afecta a varias culturas o a sus relaciones”. Y otra vez, según el prefijo podemos deducir que la palabra trans nos habla de atravesar, de afectar, de abarcar, de cambiar. Si no, piensa en los ejemplos que conoces: transformar, transportar, transmitir.

El término transculturación fue inventado en 1947 por Fernando Ortiz, un etnógrafo cubano, para describir el fenómeno de fusionar y converger de las culturas. En simples palabras, refleja la tendencia natural de la gente (en general) para resolver conflictos en el tiempo en vez de exacerbarlos.

Concluimos en que transculturación es “El proceso de insertarse dentro de una cultura ajena y adoptar rasgos o gran parte de ella”.

Si bien esta terminología se aplica mayormente en resolución de conflictos raciales y sociales, a nivel secular, también podemos apreciar que se adapta a la clase de proceso que deseamos lograr con las subculturas juveniles. Es decir, la transculturación tiene un valor de transformación, en el que se reconocen y respetan los rasgos comunes sin pretender, como en el caso del abordaje de contracultura, que todas las diferencias se unifiquen y masifiquen en una cultura dominante.

Por esta causa, el concepto de transculturizar se aplica también ampliamente a la literatura sobre misiones. Y la metodología no consiste en “convertir” a un grupo étnico o religioso anulando sus prácticas y costumbres externas—sean buenas o malas indistintamente—, sino de presentar el evangelio del Señor y dejar que La Palabra haga su obra interna selectiva.

El misionero, como alguien de afuera, no es capaz de comprender a cabalidad el rol que juega cada componente cultural, ni de proponer un sustituto para él, por lo que es mejor que presente La Palabra y deje que el mismo grupo vaya implementando los cambios convenientes.

Y aunque nos acostumbramos a la idea de la transculturación cuando hablamos de misiones hasta el fin de la Tierra, tenemos serias dificultades a la hora de ver las subculturas juveniles como campo misionero que precisa ser alcanzado.

Al respecto, Junior Zapata vuelve a decir:

Cómo es posible entonces que estemos dispuestos a ofrecer a nuestros hijos y jóvenes enviándolos al campo misionero de los musulmanes, pero no al campo misionero del mundo del arte y la cultura pop. Nadie tiene problemas con que nuestros misioneros se expresen de una forma tal que la cultura donde están los entienda, ya sea a través del lenguaje, el vestido o aquellas costumbres diferentes a las nuestras.

De modo que debiéramos empezar a ver las subculturas juveniles como una oportunidad de misiones transculturales, porque de hecho lo son, y debemos alcanzar a esos jóvenes con el mensaje del evangelio del mismo modo en que nos esforzamos por alcanzar a cualquier habitante de un país remoto. Me aventuro a decir que la Iglesia no solo debería aceptar este tipo de misión como válida, sino además formar obreros especializados (o al menos permitirles que se formen en la cultura urbana) y sostenerlos al enviarlos.

¿Y qué es transculturizar sino permear la cultura dominante, influyendo en todos los estratos de ella, como ser el arte, la educación, la moda, los distintos deportes, la cultura en su amplitud, etc.? En La Palabra tenemos sobrados ejemplos de este tipo de acción: Jesús habló de ser sal y luz, habló de ser levadura; estos tres elementos permean, se infiltran, y hacen lo suyo para transformar el medio que los rodea.

Tan sencillo como eso. Que nuestros jóvenes se unan a un grupo de rapperos con tanta excelencia y creatividad como ellos, pero con letras que transmitan vida y alegría en vez de la queja y enojo que caracterizan a esa tribu. Que se vistan de negro si es necesario y que compongan poesías de vida para entregarles a sus amigos góticos en cambio de la exaltación de la muerte que predomina en ese círculo. Que aprendan a hacer graffitis (en muros permitidos) y que decoren la ciudad con palabras positivas. Que le dejen el ritmo pegadizo al reggaetón o la cumbia villera, y en sus letras haya un mensaje de paz y esperanza en medio de tanta rebeldía a la autoridad y odio por la marginación. En una palabra, eso es transculturizar. Eso es que la cultura de Cristo penetre y transforme las subculturas juveniles sin aniquilarlas.

A continuación se brindan siete consejos sobre actitudes que nos ayudan a adaptarnos a otra cultura. Fueron escritas pensando en misiones foráneas, pero estoy segura que sabremos adaptarlas y sacarles provecho en nuestro campo de acción.

Extracto del libro Tribus Urbanas.

Por María J. Hooft.

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