Basta ir por la calle un domingo a la mañana, para identificar a los cristianos tradicionales que concurren a la iglesia: con saco y corbata (cuando en realidad los domingos todo el mundo se saca la corbata y se pone ropa cómoda), la hermana con pollera negra y camisa blanca (seguramente que es ujier) y La Biblia bajo el brazo (me pregunto por qué esa manía de llevarla así). No digo que no esté bien que los hermanos vayan adorar al Señor por la mañana y se vistan formalmente, pero ¿por qué tenemos que ser reconocidos a cien metros de distancia por la forma de vestirnos y no podemos serlo, en cambio, por el testimonio de las proezas que estamos haciendo en una ciudad?

Otro ejemplo: estamos en el colectivo, atestado de gente, cuando de pronto escuchamos la siguiente conversación:

— Hola fulanita! ¿De dónde vienes? —Vengo de la guerra (por guerra espiritual). — Qué bueno! Yo me acabo de encontrar con una oveja (una discípula del Señor, no un animal), que me dijo que el monte (por el grupo o monte de oración) estuvo buenísimo. Batallaron mucho, pero finalmente el coludo (el enemigo, el diablo) se fue. Tuvieron una “intersección” (no una esquina, sino una intercesión, de oración) muy poderosa.

¿Quiénes son? Dos integrantes de la subcultura evangélica, adivinaste! Y la parodia sigue, pero para qué continuarla, si a esta altura los que viajamos en el asiento de al lado estamos todos transpirados deseando que no nos reconozcan y se desate el diálogo con nosotros.

Este sentir, generalizado en muchos líderes juveniles y otros que están a la vanguardia, de estar conformando una subcultura religiosa cuando en realidad ese no es el propósito original del Señor, también es compartido por Bono, el líder de la banda irlandesa U2 (quien se reconoce como creyente en Cristo). Steve Stockman, capellán presbiteriano de la Universidad de Queen, en Belfast, y compilador del libro U2, El peregrinaje espiritual, afirma lo siguiente sobre el fracaso de los creyentes en permear la cultura reinante a través de la música y sobre la razón por la cual la banda prefirió mantenerse al margen de la subcultura evangélica:

Muchos otros jóvenes cristianos han tratado de lograr algo en el mundo de la música y han fracasado por muchas razones. Pero no es necesariamente la visión del cristianismo el obstáculo, sino la subcultura aislada que la Iglesia ha creado. Los creyentes de U2, nuevos, jóvenes, fervientes, no estaban dispuestos a ser arrastrados por la fuerza a ninguna subcultura eclesiástica.

El pastor juvenil guatemalteco y autor de La generación emergente, Junior Zapata, no vacila ni un instante en afirmar categóricamente lo que venimos sospechando. Al hablar sobre la venta de nuestros productos (porque es cierto que tenemos un amplio merchandising) en nuestros círculos comerciales, asegura: “No nos engañemos, solo porque algo es popular con nosotros eso no lo hace efectivo fuera de nuestra subcultura”. Y continúa poniendo de manifiesto nuestra incapacidad para relacionarnos y triunfar fuera de ese círculo reducido que es nuestra subcultura evangélica.

Pero hay algo más, el movimiento de contracultura. ¿Qué hay acerca de él?

Extracto del libro Tribus Urbanas.

Por María J. Hooft.

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