Sentirnos responsables de la vida del joven

Sentir carga y preocupación por la vida de los jóvenes con los que trabajamos es normal y saludable; es una señal de sensibilidad espiritual. Dios siente carga por cada una de las personas de este mundo. Cuando nosotros sentimos carga por el joven que se encuentra bajo nuestra responsabilidad, sin duda nos estamos conectando con el corazón de Dios. Sin embargo, no podemos ni debemos sentirnos responsables de su vida, ni de sus acciones o decisiones. No es bueno que llevemos nosotros ciertas cargas que se encuentran bajo su propia responsabilidad. Tampoco podemos ni debemos evitarles las consecuencias naturales de sus actos.

Hay un pasaje en las Escrituras que puede ayudarte a entender este principio. Se encuentra en Gálatas 6:5. El apóstol dice: Porque cada uno llevará su propia carga (RVR 60). Sin embargo, en el versículo 2 había dicho: Sobrellevad los unos las cargas de los otros (RVR 60). Parecería una contradicción, ¿no es cierto? Sin embargo, no lo es. La palabra griega que en el versículo 2 se traduce como carga se refiere a algo tan tremendamente grande y pesado que es imposible que una persona pueda llevarlo por ella misma. Pero en el versículo 5, la palabra que se traduce al castellano como carga se refiere al equipo de campaña que cada soldado romano tenía la responsabilidad de cargar. O sea, el equipo del que cada soldado era personalmente responsable.

Pablo señala que debemos ayudar a las personas a sobrellevar ciertas cargas de su vida porque, debido a su naturaleza, son demasiado pesadas de soportar. El mismo peso los destruiría. Tal vez se trate de cargas emocionales, espirituales, familiares u otras que van más allá de las posibilidades y las fuerzas del individuo. La carga puede llegar a ser tan pesada que podría destruirlos.

Sin embargo, al mismo tiempo, existen otras cargas que cada uno debe llevar, que no es bueno que las llevemos por los demás. Si asumimos esa responsabilidad, lejos de ayudar al crecimiento y la maduración del joven, estaríamos estimulando en él una conducta irresponsable que, si bien en el corto plazo parecería ayudarlo, a mediano y largo plazo lo perjudicará. Debemos ser cuidadosos para que un aparente sentimiento de amor, compasión y preocupación por los jóvenes no nos lleve a interferir en sus vidas y asumir responsabilidades que les corresponde asumir a ellos.

Debemos pedir al Espíritu Santo que en todo momento nos dé la suficiente sabiduría y discernimiento como para saber cuáles de las cargas que el joven soporta forman parte de su proceso de crecimiento y cuáles precisan de nuestra ayuda.

La dependencia de parte del joven

Otro de los peligros que enfrenta el mentor es desarrollar dependencia en las personas a las que está acompañando espiritualmente. Ese peligro se encuentra íntimamente ligado al desarrollo de un paternalismo.

En su formidable libro Spiritual Mentoring [Tarea espiritual del mentor], los autores Keith R. Anderson y Randy D. Reese afirman que el propósito final o la razón de ser de todo acompañamiento espiritual es potenciar la vida de la persona a la cual acompañamos. Según los pasajes bíblicos mencionados anteriormente, el propósito principal es ayudar a que Cristo sea formado en la vida de cada joven en el que estamos invirtiendo nuestras vidas.

No perder de vista el objetivo principal del acompañamiento espiritual es el mejor antídoto para evitar que se cree una dependencia emocional, intelectual o espiritual en las personas a las que acompañamos. No perder de vista nuestro norte espiritual nos ayudará a evaluar con honestidad si estamos contribuyendo a desarrollar personas maduras o, por el contrario, dependientes de nosotros.

Algunas ideas prácticas para evitar que eso se produzca podrían ser: enseñarles a escuchar la voz de Dios en medio del ruido y la contaminación espiritual en la que viven; ayudarlos a que identifiquen y canalicen sus propios dones espirituales; guiarlos a que encuentren su lugar en el ministerio y que contribuyan a la construcción del Reino. La dependencia está reñida, y no puede coexistir, con el desarrollo de esas áreas.

Uno de los aspectos más importantes es que todo responsable de jóvenes debe evaluar periódicamente sus auténticas motivaciones. Es nuestro trabajo ayudar a los jóvenes a ser personas maduras en Cristo, por lo tanto, debemos preguntarnos si no nos constituimos, de forma consciente o inconsciente, en un obstáculo para que ese objetivo se cumpla. Además de esa continua revisión de nuestras motivaciones, deberíamos estar atentos a la presencia de ciertos signos que nos indican que se está produciendo una dependencia negativa, tales como:

  1. No trabajar para ayudar al joven a crecer.
  2. No preocuparnos por ayudarlo a que averigüe cuáles son sus dones y capacidades para el reino de Dios.
  3. Si estos son evidentes y conocidos, no hacer nada para que pueda desarrollarlos.
  4. No delegarle responsabilidades significativas que lo lleven a una mayor dependencia de Dios y a una menor dependencia de nosotros.
  5. Sentirnos amenazados ante su crecimiento o ante la perspectiva de que suceda.

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