La práctica del mentor es una tradición muy antigua en el cristianismo. En el mundo católico se lo conoce como director espiritual. En el mundo protestante como discipulador. Sin embargo, debido al uso técnico que en el pasado se le ha dado a este término preferimos usar la palabra mentor. Entre los antiguos puritanos tener un mentor era algo habitual, y una de las oraciones de un buen puritano consistía en pedirle al Señor este tipo de relación con otra persona de la congregación.

Un mentor no es ni un padre, ni un compañero, ni Dios, ni alguien perfecto; es simplemente un cristiano que tiene el firme compromiso de crecer en su conocimiento de Jesús, de aceptarlo como su Señor y Salvador, de seguirlo y de ayudar a otro creyente a profundizar su propia experiencia con el Señor. De aquí se deducen dos verdades importantes:

1) El mentor es un seguidor activo de Jesús.

2) Ayuda a otro creyente a ser un seguidor activo de Jesús.

Es imposible que un creyente pueda ser mentor si no sigue a Jesús de forma activa y comprometida, profundizando su relación personal con él. El mentor no es un mero transmisor de conocimientos espirituales, aunque el proceso de acompañamiento espiritual lo incluya. Es ante todo un compañero en el viaje espiritual para llegar a la madurez en Cristo Jesús. El diccionario define mentor como la persona que aconseja, guía y orienta. Las dos últimas acepciones del término aluden claramente al papel activo y vital del mentor. Para guiar y orientar es preciso conocer el camino o encontrarse activamente en el proceso de averiguarlo.

En jardinería se acostumbra colocar un palo al lado de un árbol joven que está en proceso de crecimiento. Ese palo sirve para que el nuevo árbol crezca recto y erguido, sin doblarse ni inclinarse incorrectamente. El palo ayuda a garantizar el crecimiento en la dirección adecuada y sirve para suplir la debilidad del nuevo árbol.

Por favor, dedica un tiempo para leer las citas que encontrarás a continuación, observando los principios que se desprenden de cada una de ellas, las que arrojarán luz sobre la relación del mentor con su discípulo.

El hierro se afila con el hierro, y el hombre en el trato con el hombre (Proverbios 27:17).

Más valen dos que uno, porque obtienen más fruto de su esfuerzo. Si caen, el uno levanta al otro. ¡Ay del que cae y no tiene quien lo levante! (Eclesiastés 4:9–10).

Más bien, mientras dure ese «hoy», anímense unos a otros cada día, para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado (Hebreos 3:13).

Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca (Hebreos 10:24–25).

Estos versículos nos muestran que el mentor supervisa a la persona que tiene a su cargo y se siente responsable por su bienestar emocional, espiritual, físico, social e intelectual.

En los próximos apartados veremos con mayor profundidad el papel y las responsabilidades específicas que tiene el mentor como discípulo de Cristo y como discipulador de un joven.

El papel del mentor

Realizar un acompañamiento espiritual

Como mencionamos recientemente, el mentor es ante todo un compañero de viaje. Es alguien que se encuentra en el mismo proceso de crecimiento que la persona que está a su cargo. Es precisamente este hecho el que lo autentifica y le da credibilidad real como mentor. También dijimos que es alguien que guía y orienta. Por lo tanto, el hecho de haber experimentado de forma práctica y vivencial aquello a lo que desea guiar al joven resulta fundamental e imprescindible para calificar como tal.

Ser intercesor

El mentor sabe que únicamente Dios puede producir cambios espirituales en la vida de aquel a quien está guiando. En muchas ocasiones será plenamente consciente de su impotencia y falta de recursos. Sin embargo, eso no lo debe desanimar. Por el contrario, lo debe llevar a interceder de forma regular, constante y ferviente por el joven al que guía. La oración constituye una importante herramienta que Dios pone en manos del mentor para que se produzca el crecimiento. La intercesión cambia circunstancias, vidas, actitudes y favorece la intervención sobrenatural de Dios.

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