Proceso.

A aquellos adolescentes y jóvenes que, como consecuencia de nuestras actividades pre-evangelizadoras, se acercan y se interesan por nuestra propuesta, los invitamos a participar en nuestra reunión semanal. Esa reunión pretende suplir una gama muy amplia de necesidades.

Llevamos a cabo toda una tarea evangelizadora dirigida a los «simpatizantes». Se trata de permitirles descubrir que nuestro interés por ellos, nuestra preocupación por sus necesidades, nuestro espíritu de entrega y sacrifico, tiene una única explicación: el amor de Dios en nosotros. Y es allí donde ellos pueden descubrir ese amor y tomarlo para sí. Pero el grupo también constituye un espacio en el que llevamos a cabo un proceso de discipulado. Es decir, donde se provee posibilidad de crecimiento y maduración para todos.

Todo lo que tiene que ver con la tarea de evangelización y discipulado se canaliza a través de grupos pequeños o clases. Generalmente los grupos se dividen por edades. En ellos se evangeliza, se enseña, se discipula y se pastorea.

En nuestra primera etapa de ministerio, «el grupo de jóvenes» tenía que ver con reunirlos a todos, después dividirlos por clases para un estudio bíblico y luego llevar a cabo un evento que se enfocaba mayormente en la música. Ese grupo era heterogéneo, es decir, no separábamos a los adolescentes de los jóvenes y de los jóvenes adultos. Lo hacíamos así por tres motivos importantes.

  1.  La fuerza que tienen los números. En un país mayoritariamente católico como Argentina, los no católicos son minoría y el hecho de reunir un número importante de personas tiene muchísimo valor para los jóvenes.
  2.  La atracción que significan los jóvenes para otros jóvenes. Sin duda, los jóvenes van adonde haya otros jóvenes. Más de una vez alguien ajeno al grupo vio a nuestros jóvenes platicando, riendo, o escuchando música, se acercó al grupo y se interesó en la propuesta.
  3.  El enriquecimiento mutuo. Cada edad tiene algo que transferirle a otra. Por ejemplo, a veces después de años de participar en actividades juveniles, los jóvenes mayores pierden su entusiasmo y alegría y las reuniones se vuelven aburridas. Recuperan esta riqueza estando con los adolescentes. Por otro lado, los adolescentes ven en los mayores individuos que han sido muy consecuentes con el compromiso referido a su familia, a los estudios y al trabajo y encuentran que al interactuar con ellos, crecen en madurez.

Pensamos que estos puntos tienen mucha validez todavía, pero en nuestra etapa actual estamos trabajando con edades homogéneas. Es decir, que se lleva a cabo la reunión del grupo grande en un horario distinto para los adolescentes, los jóvenes y los jóvenes adultos. Pero no queremos que se pierda la riqueza de los puntos anteriormente mencionados. Entonces tratamos de crear espacios de encuentro y socialización para todo el grupo. Por ejemplo todos trabajan juntos de forma intensiva en alguno de los encuentros que hemos mencionado.

El cambio de pasar de un grupo unido a reuniones distintas para las edades diferentes tuvo una etapa intermedia en la que todos se reunían en un mismo lugar y horario para un tiempo común de adoración, escuchar una palabra de desafío y recibir información en cuanto a los intereses y actividades del grupo. Luego se dividían en grupos pequeños, de acuerdo con sus edades. Esos grupos pequeños se conducían a través de un equipo de líderes, compuesto de por lo menos tres personas. Los líderes proveían el acompañamiento espiritual y organizaban las actividades sociales y los campamentos o «tiempo concentrado» para su grupo.

En el aspecto de la estrategia al que llamo «proceso», no solamente evangelizamos y discipulamos, sino que también buscamos que los adolescentes y jóvenes se sumen de alguna manera, y en forma gradual, a la propuesta. Permanentemente elaboramos proyectos que los animen y les signifiquen un desafío a comprometerse con el servicio. En los años ochenta, realizamos salidas de evangelización, que incluían obras de teatro, mimo, y cosas similares. Y en los noventa aumentaron mucho las oportunidades de servicio, tanto internas como externas. En definitiva, buscamos darle contenido y soporte a la actividad de cada semana. El ministerio creciente generaba muchos espacios para el servicio. Por ejemplo, tuvimos todo un ministerio en cuanto a la alimentación. Los jóvenes se encargaron de preparar y ofrecer comida o sándwiches para que los chicos se quedaran socializando, platicando y divirtiéndose a gusto después de la reunión semanal. También llevamos adelante proyectos que tenían que ver con nuestra responsabilidad frente a las problemáticas de la sociedad: grupos de ayuda para adolescentes y jóvenes con problemas de drogadicción, con bulimia y anorexia, con baja autoestima. Otros proyectos tuvieron que ver con la acción comunitaria para atender situaciones de pobreza y marginalidad. Hemos visto que los proyectos de servicio proveen un tiempo concentrado muy valioso para los participantes.

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