Herencia de modelos y métodos del pasado

Los modelos y los métodos nacen para satisfacer necesidades específicas de situaciones muy particulares. Un modelo o un método surge dentro de un contexto con la finalidad de dar respuesta a las necesidades que ese mismo contexto plantea. Por definición, los modelos y los métodos son culturales y no necesariamente adaptables de una situación a otra. Además, con el paso del tiempo, esos modelos, nacidos para afrontar circunstancias o necesidades muy concretas, se vuelven obsoletos, entre otras razones, por la propia dinámica de la vida. Esta es cambiante por definición, de modo que lo que ayer servía para dar respuesta a las necesidades de su momento, no necesariamente es válido hoy para enfrentar los retos y los desafíos que nos plantea el entorno social en el que se mueven los jóvenes de nuestras iglesias.

Lamentablemente, muchas iglesias locales continúan llevando a cabo el trabajo juvenil tal y como se venía haciendo hace décadas; utiliza los mismos métodos y modelos. Lo cierto es que aquellos resultaron válidos y sirvieron en la época en que fueron concebidos como respuesta a necesidades específicas. Pero no significa que lo sigan siendo una vez que cambian las circunstancias que les dieron razón de ser.

Las nuevas realidades sociales que viven nuestros jóvenes exigen que nos acerquemos al trabajo juvenil de una manera diferente, creativa y novedosa. No es este el lugar para considerar nuevos modelos y métodos en el trabajo juvenil (lo haremos más adelante). Lo que pretendemos a través de esta breve referencia es reseñar el hecho de que los modelos y métodos para la realización del trabajo juvenil se han perpetuado de forma negativa.

Los métodos y modelos producen una lucha entre la forma y la función. Una forma (en este caso un método o un modelo) nace para cumplir una función. Por ejemplo, la reunión del grupo de jóvenes (una forma) sirve para satisfacer la función (ministrar a los jóvenes). La reunión de oración del jueves por la noche (una forma) existe para satisfacer otra función (orar).

Con el paso del tiempo la forma y la función tienen la tendencia a confundirse, de tal manera que las personas llegan a olvidar que aquella forma nació en un contexto y momento dado para satisfacer una función.

Finalmente, la forma acaba sustituyendo a la función para la que fue creada. Este es el paso último en el proceso de lucha entre la forma y la función. La forma desplaza, suplanta a la función y llega un punto en que cuestionar la forma significa cuestionar la función. Todo ello, debido a la confusión producida entre la forma y la función. Tristemente esto pasa con demasiada frecuencia: la forma acaba devorando a la función para la que fue creada. Cuando sucede esto, la función se vuelve inviolable e inamovible. Cualquier ataque a la forma es interpretado como un ataque a la función.

Ha ocurrido con muchos de nuestros modelos de trabajo, tanto en el ámbito de la iglesia local como en el nivel denominacional. Hemos olvidado que nacieron como formas al servicio de funciones; ahora se han enquistado y no podemos alteradas.

Extracto del libro «Raíces».

Por Félix Ortiz.

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