POSIBLES SOLUCIONES

Un buen diagnóstico resulta básico para el tratamiento eficaz. Hemos procurado discernir las causas por las que abandonan la iglesia los hijos de los creyentes, dado que necesitamos partir de ellas para tratar de aportar soluciones de cara al futuro. ¿Qué podemos hacer al respecto?

Ayudar a los jóvenes a clarificar su experiencia de conversión

Vamos a partir de ciertas premisas claras: nuestros hijos no son creyentes por el mero hecho de asistir al local de la iglesia. Tampoco lo son por tener toda la información necesaria; demasiado a menudo ésta es fragmentada y se presenta sin sistema ni coherencia. Tampoco lo son porque se hayan bautizado.

Hemos de pensar las cosas desde el punto de vista de un campo de misión o evangelización interno. Muchos de nosotros nos sorprenderíamos al comprobar el escaso conocimiento bíblico de nuestros jóvenes, su deformada comprensión de la vida cristiana, las ideas peregrinas que tienen acerca de Dios, lo mucho que han influido sobre ellos los valores y filosofías no cristianas. Todo eso incluso si están bautizados y activos en su grupo de jóvenes.

Necesitamos plantearnos estrategias para evangelizar a nuestros jóvenes teniendo en cuenta sus características. Son personas que conocen la información básica, que pueden dar las respuestas correctas sin que necesariamente hayan tenido una experiencia real de conversión ni una comprensión del significado y las implicaciones de lo que saben. Para muchos de ellos la fe es más una cuestión de conceptos que de experiencia.

Es tarea de la iglesia ayudarlos a clarificar su posición delante de Dios. Nuestra responsabilidad no consiste ni en negar ni en afirmar cuál es su situación delante Dios, sino procurar los medios y las situaciones que les permitan entender de forma clara y directa el evangelio, el modo en que este se relaciona con su realidad personal y lo que espera Dios de cada uno de ellos. Debemos asegurarnos de que todos y cada uno sea confrontado con el mensaje de salvación de tal manera que, como resultado de esa confrontación, todos, sin excepción, entiendan cuál es su posición delante Dios.

Crear espacios de libertad para las dudas y las crisis

La duda no es mala. La duda es una actitud intelectual que hace que la persona necesite más información o una mejor comprensión que la que actualmente posee. La duda no debe ser confundida con la incredulidad, que es la negativa a creer. La duda es sincera, la incredulidad no. La duda debe de ser respetada, valorada y aceptada. Es más, creemos que se debe favorecer el que los jóvenes puedan expresar sus dudas con toda crudeza y profundidad sin que ello implique el riesgo de verse «catalogados», o sentirse marginados emocional y espiritualmente.

Algunos adultos, dirigentes o no, ven la duda como algo peligroso, algo que se debe erradicar. Las dudas no se erradican, si por tal término se entiende el reprimirlas, ignorarlas, pretender que no existen u obligar directa o indirectamente a quienes las tienen a ocultarlas. Las dudas se resuelven con amor y con respuestas sinceras, íntegras y coherentes. Un líder de jóvenes que siempre favoreció el que sus jóvenes expresaran todo tipo de dudas, solía agradecerles su confianza por hacerlo y prometía que siempre encontrarían una respuesta íntegra, sincera e intelectualmente coherente. Tal vez no sería la que los jóvenes deseaban oír pero, sin duda, los propios jóvenes sabrían apreciar su coherencia. Pensamos sinceramente que ese es el tipo de actitudes que deberían existir frente a las dudas.

Es posible que la razón por la que muchos adultos se horrorizan ante las dudas que puedan plantear sus jóvenes sea el hecho de la propia debilidad e inseguridad espiritual en la que ellos mismos viven. La inseguridad de otros pone de manifiesto la propia inseguridad y debilidad, tan laboriosamente mantenidas bajo control.

Hemos de transmitir el sentir de que la fe no debe temer ser cuestionada. La fe, si es verdadera, tal y como creemos los cristianos, no debe tener miedo de la prueba de la duda y el cuestionamiento. Si permitimos que nuestros jóvenes se cuestionen y planteen la fe y somos responsables en cuanto a elaborar y proveer respuestas coherentes y maduras, la fe de nuestros hijos prevalecerá. No olvidemos que una duda no resuelta o reprimida puede convertirse en una semilla de incredulidad. Por otra parte, el animar a nuestros jóvenes, no a dudar, porque eso pueden hacerlo y lo harán por sí mismos, sino a expresar sus dudas, puede resultar tremendamente benéfico para nosotros, ya que nos permitirá conocer las verdaderas necesidades de nuestros chicos. Sabremos cuál es su situación real y estaremos en una condición envidiable para poder ayudarlos.

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