Modelos deficientes en el hogar

El otro marco de referencia es el ofrecido por los padres. El Doctor Kenneth E. Hyde, investigador de la Universidad de Birmingham y autor, entre otros libros, de La religión en la niñez y la adolescencia, hace una afirmación desafiante y a la vez esperanzadora que todos los padres creyentes deberían leer con atención:

Para concluir, los descubrimientos científicos confirman lo que ya sabíamos desde hace tiempo: La religión se aprende primeramente en el hogar. La calidad de la vida religiosa de los padres y su compromiso activo con la iglesia constituyen la principal influencia que reciben los adolescentes. Los hijos adoptan las actitudes y opiniones de sus padres. La adolescencia trae consigo una madurez emocional e intelectual mayor y también una actitud más crítica… La influencia de los amigos se vuelve algo muy importante, pero la elección de esos amigos se realiza bajo la influencia de las actitudes que ya han desarrollado en sus hogares.

¡Qué esperanza y qué responsabilidad! El hogar es de tremenda influencia a la hora de formar la identidad espiritual de los jóvenes. La iglesia no es, y no debería procurar ser, la principal fuerza moldeadora de la identidad espiritual de los niños y jóvenes. No estamos afirmando nada nuevo; de hecho las Escrituras claramente colocan sobre los hombros de los padres ese privilegio y responsabilidad. Deuteronomio 6:4-9 es el pasaje emblemático. En contraste, no encontramos ni un solo pasaje que mencione que esa responsabilidad le deba ser delegada a la iglesia, aunque ésta tenga un importante papel que jugar.

Desgraciadamente hoy en día se dan dos fenómenos en el ámbito familiar que contribuyen a que los jóvenes dejen la fe. Por un lado muchos padres no cultivan su propia vida espiritual. No dedican tiempo a un mejor y más profundo conocimiento de Dios y su Palabra y su vida religiosa se ha convertido mayormente en nominal. El resultado directo de eso es el abandono de la fe como estilo de vida. Los valores, prioridades, formas de comportamiento, ilusiones y otras fuerzas que mueven a esos adultos ya no son los que emanan de la Biblia, al menos no primordialmente, sino los corrientes y seculares que mueven a cualquier miembro de nuestra sociedad. Esa pérdida de los valores bíblicos afecta, como es natural, a los hijos, que no perciben coherencia entre lo que sus padres dicen y lo que viven. El doctor Julián Melgosa, de la Open University de Londres, afirma:

Se dice, y con razón, que el joven cierra los oídos al consejo y abre los ojos al ejemplo. Cuando lo que se sostiene de palabra no es confirmado por los hechos, resulta lógico que no solo se ponga en duda la fidelidad de los principios de los mayores, sino que se cuestione incluso la validez de esos principios.

Por otro lado, en algunas ocasiones se produce un abandono de la fe porque los padres no son conscientes de su papel como educadores y, por tanto, no lo pueden asumir.

La educación no es algo que simplemente sucede. La educación es una acción consciente de la voluntad que tiene como finalidad producir un cambio moral y de conducta en la vida de los hijos. Dicho de otra manera, la educación no sucede, se provoca y se lleva a cabo. Se promueve.

Deuteronomio 6:4-9 señala tres principios claves que todos los padres debemos aplicar con nuestros hijos durante el proceso educativo:

1) Encarnar la verdad en nuestras vidas

Nuestros hijos deben ver que somos coherentes con nuestras creencias, aunque no perfectos; que vivimos aquellos principios, hábitos y estilos de vida que nacen de la Palabra y que deseamos que ellos asuman e incorporen en sus vidas. No vamos a hacer una lista exhaustiva de todos, pero los padres hemos de encarnar, entre otras cosas, el perdón, la entrega, el amor incondicional, el servicio y el respeto. Tenemos que mostrar que amamos y seguimos a nuestro Dios de forma consciente y responsable.

2) Repetir continuamente los principios de la palabra de Dios

El hogar es el lugar más adecuado para enseñar la Biblia y sus principios a nuestros hijos. Una y otra vez hemos de exponerlos, enseñarlos y repetirlos. Debemos asegurarnos de que nuestros jóvenes conozcan y entiendan el consejo de Dios y tengan la oportunidad de aplicarlo en sus vidas.

3) Ayudarles a aplicar los principios de la Biblia en las situaciones de la vida cotidiana

Hemos de aprovechar cualquier situación, incidente y experiencia de la vida para hacer aflorar los preceptos y enseñanzas del Señor y relacionarlos de manera viva y relevante con nuestros hijos. De esa manera ellos aprenderán que las Escrituras abarcan todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida y que puede arrojar luz sobre cualquier circunstancia o situación humana.

Extractos del libro «Raíces».

Por Félix Ortiz.

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