Hay que reconocer que se presentan graves problemas en el ámbito de la iglesia con respecto al tema de la autoridad. Muchas veces son los líderes los que no entienden cabalmente todo el significado del término desde el punto de vista bíblico. En otras ocasiones son los seguidores los que no lo comprenden. Sin embargo, y a pesar de que somos conscientes de esa realidad, generalmente no la enfrentamos. ¿Por qué? Quizás porque la «autoridad» es considerada como algo «malo» que nos irrita, que nos hace mal. O tal vez porque se la percibe como una cosa sacra y parecería irreverente asumirla.

 Uno de los grandes malentendidos entre los cristianos viene por creer que la autoridad formal descansa en la persona misma, pero no es así. Veámoslo ejemplificado: la constitución de un país establece niveles de autoridad para los distintos cargos de gobierno, incluyendo el de presidente. Si el puesto de presidente quedara vacante, la autoridad no desaparecería con la persona, porque la autoridad es inherente a la posición y no a la persona.

La perspectiva bíblica de autoridad resulta sencilla y comprensible: todo cristiano debe tener una actitud de obediencia al Señor y a aquellos en los que el Señor ha delegado su autoridad (Romanos 13:1,2), siempre y cuando no contradigan la palabra de Dios (Hechos 5:29).

Dios es el rey supremo. Todos estamos bajo su autoridad. Y el líder cristiano debe ejemplificar la sumisión a Dios y a aquellos que Dios ha colocado sobre su vida. El Señor Jesús, cuando estaba en la tierra, no solo se sometió a la autoridad de Dios, (…esa misma tarea que el Padre me ha encomendado que lleve a cabo, y que estoy haciendo, es la que testifica… Juan 5:36), sino también a la autoridad del gobierno (…Entonces denle al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios, Mateo 22:21).

Extracto del libro “Raíces”.

Por Félix Ortiz.

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