Los cuarenta años de Israel en el desierto son una buena imagen de la realidad de muchos grupos de jóvenes. Carecen de un propósito último y, por tanto, carecen de todo sentido de dirección. Naturalmente, se puede justificar la situación diciendo que se llevan a cabo actividades, que existe movimiento, que se hacen cosas. No dudamos de ello, pero, sin embargo, eso no significa que todo contribuya a la realización de un propósito final. Es más, podemos afirmar que las actividades tan solo tienen un valor educativo cuando contribuyen a un fin último, cuando son medios para conseguir fines. Si eso no sucede, las actividades mismas se convierten en fines, y su realización sirve de justificación para la existencia del grupo de jóvenes.

Cuando la actividad carece de un propósito último al qué contribuir, no solo pierde su valor educativo, sino que incluso puede llegar a convertirse en un factor de desmotivación y, a medio o largo plazo, llegar a quemar la disponibilidad y motivación del joven. Veamos un ejemplo.

Imaginemos que un líder invita a los jóvenes a dar un paseo por la montaña. Todo comienza con buen humor y ánimo. Siguen al líder a través del bosque durante varias horas. Poco a poco el cansancio hace su aparición, y con él, los primeros comentarios preguntándose hacia dónde van. Algunos ya se han dado cuenta de que han pasado varias veces por el mismo sitio. Empieza a cundir la sensación de que están perdidos. Alguien le pregunta al líder: «¿Hacia dónde vamos? ¿Cuándo vamos a llegar?» El responsable del grupo, con ánimo voluntarioso y una sonrisa en los labios, afirma que no lo sabe. Que no tiene una idea muy clara de hacia dónde van, y por lo tanto, tampoco puede decir cuándo llegarán. Sin embargo, insiste en lo divertido, sano y saludable que es caminar, hacer deporte y estar todos juntos.

Grotesco, ¿verdad? Sin duda lo es. Pero, lamentablemente, constituye una buena ilustración acerca de la realidad de muchos grupos de distintas iglesias locales. Al carecer de un propósito último, carecen de dirección, ya que es imposible lograr lo último sin tener lo primero.

Extractos del libro «Raíces».

Por Félix Ortiz.

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