La barrera de la falta de planes

La importancia de los planes

Ahora bien, ¿de qué nos sirve identificar actividades con valor educativo si no sabemos, o no podemos, llevarlas a cabo? Resulta evidente que no basta con que sepamos qué es lo que queremos ver en la vida de los jóvenes con los que trabajamos. Necesitamos poder crear planes y ejecutarlos para que nuestros objetivos se cumplan. En demasiadas ocasiones nos vemos desbordados por nuestra incapacidad para trabajar con una planificación, lo que convierte en inútiles e infructuosas muchas de nuestras actividades y esfuerzos.

La planificación es «el proceso de predeterminar el curso de una acción», según S.B. Douglas y B.E. Cook señalan en su libro El ministerio de la administración. Puesto en lenguaje corriente, planificar es pensar de antemano lo que vamos a hacer, algo que la mayoría de nosotros solemos hacer un buen número de veces todos los días. Veamos un ejemplo.

Cuando deseamos desplazarnos en nuestra ciudad a un punto diferente del que vivimos, pensamos con antelación el recorrido a realizar. Si queremos desplazarnos en automóvil, tendremos en cuenta las diferentes vías, la intensidad del tráfico en función de la hora y, probablemente, otras variables que nos permitirán ser más eficaces en nuestros desplazamientos. Si, por el contrario, nuestro viaje se lleva a cabo utilizando transporte público, pensaremos qué línea o líneas de autobuses o metro pueden conducirnos hasta el lugar indicado y (si fuera posible) de la manera más rápida. Nunca nos subiremos al primer autobús que se presente. Lo haremos en aquel que nos lleve hasta el destino deseado, pues, al fin y al cabo ¿quién desea acabar en la punta opuesta de la ciudad?

Es natural que pensemos en las cosas que queremos llevar a cabo. En la pastoral juvenil, pues, simplemente se trata de pensar de forma consciente y cuidadosa, y con la debida antelación, qué es lo que haremos para ayudar a nuestros jóvenes a crecer en su relación personal con Dios, de modo que lleguen a ser esa persona madura de la que nos hablan las Escrituras. Recuerda que hemos mencionado que la educación consiste en una acción consciente que se produce por la voluntad premeditada del educador. Si no planificamos, dejamos las cosas libradas al azar, a las circunstancias, o a nuestros propios impulsos emocionales del momento.

Sin duda habrás oído comentar que planificar es cortarle la libertad al Espíritu Santo. Hay otras objeciones de tipo espiritual al proceso de planificación. Sin embargo, esta es la más popular y extendida. Ahora bien, la Biblia nos enseña que la planificación es algo que Dios mismo lleva a cabo. Dios escogió un hombre, Abraham, para que a partir de ese individuo pudiera conformarse un pueblo. Dios tenía un plan para ese pueblo. Su plan llevó a la familia de Jacob a Egipto. Una vez allí, cayeron en la esclavitud. Pero, en el momento preciso, Dios levantó un libertador, Moisés, que llevaría al pueblo a la tierra que el Señor les había prometido. Allí, se configurarían como nación, y de esa nación nacería el Mesías.

Los cristianos hablamos a menudo del «plan de salvación». ¿Qué queremos decir con semejante declaración? Pablo señala: Pero cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley ( Gálatas 4:4). ¿Qué nos enseña ese versículo? Que Dios tenía su propio plan, y conforme las fechas se iban cumpliendo, Dios hacía que los acontecimientos sucedieran. En Lucas 14:28–32, el propio Jesús nos habló acerca de la importancia de planificar. Hay muchas otras referencias en la Biblia acerca de la necesidad de contar con planes. Valgan, tan sólo como muestra, Nehemías capítulos 1 al 6 y Proverbios 14:8; 24:3–4.

Ejemplo bíblico en cuanto a planificación

AI referirse a la base bíblica de la planificación en El ministerio de la administración, douglas y Cook hacen referencia al ejemplo de Pablo. Los comentarios son muy interesantes, por eso los reproducimos a continuación.

Extracto del libro “Raíces” .

Por Félix Ortiz.

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