La conducción del grupo pequeño

Como sucede siempre, la práctica nos ayuda a perfeccionar nuestras capacidades y a mejorar en el «arte» de liderar. Nadie nace sabiendo cómo conducir un grupo pequeño. Es algo que todos aprendimos con la práctica y seguiremos aprendiendo día a día, puliendo nuestro estilo, mejorando ciertas técnicas y siendo más sensibles hacia las personas y sus necesidades. Por lo tanto, no te preocupes si te sientes algo atemorizado ante la tarea. Vamos a darte algunos principios básicos que te ayudarán a liderar un grupo. Por otro lado, el sentimiento de incapacidad es positivo. Cuando nos sentimos incapaces somos mucho más sensibles a buscar la guía, dirección y el poder del Señor. No te olvides que su poder se perfecciona en nuestra debilidad.

Claridad en el propósito

Recuerda que el grupo pequeño es un medio, nunca un fin en sí mismo. Si eso te queda claro, debes hacerte las siguientes preguntas claves: ¿Por qué quiero tener un grupo pequeño? ¿Qué quiero lograr a través de él? ¿Cómo me ayudará en mi tarea pastoral?

Teniendo en cuenta que el grupo pequeño es uno de los acercamientos educativos que Jesús utilizó, y que nosotros podemos usar para ayudar a los jóvenes a llegar a la madurez en Cristo, responde las preguntas anteriores.

Recuerda: los grupos siempre deben estar en función de las necesidades.

Claridad en el contenido

¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu Palabra (Salmos 119:9 – RVR 60). Las Sagradas Escrituras deben constituir la base de todo lo que enseñemos. Una vez establecidos los objetivos específicos, debemos determinar qué contenido bíblico nos ayudará a cumplirlos. Te sugerimos que para elegir los contenidos te guíes por el CURRÍCULO DE FORMACIÓN DE JÓVENES, en el que encontrarás todos los temas que necesitas para ayudar a los integrantes de tu grupo a alcanzar la madurez en Cristo.

Claridad en tu papel como líder

Tu papel como líder es animar y dinamizar al grupo para que puedan desarrollarse todos los ítems que incluimos en el acróstico. Tu rol es posibilitar que los jóvenes se reúnan, animarlos a orar, a ayudarse y apoyarse mutuamente, organizar los tiempos de oración y evangelización del grupo y dirigir el estudio bíblico. En todos esos aspectos, tu ejemplo será importante y determinante.

Déjanos hacerte algunas sugerencias adicionales en cuanto a la enseñanza bíblica. Procura por todos los medios no convertirte en un predicador. El estudio bíblico no es un pequeño culto en el que le predicarás a un grupo reducido de personas. Tu responsabilidad es ayudar a los integrantes a descubrir los principios que se encuentran en la Palabra. O sea, guiarlos en esa dirección. Si el grupo está estudiando un libro, un pasaje, un punto de la doctrina o un tema, recuerda que será mucho más significativo lo que puedan descubrir por ellos mismos que lo que tú les puedas enseñar.

Existen cuatro fuentes para nuestro desarrollo espiritual: la Biblia, el Espíritu Santo, otras personas y el facilitador. Guiar a un grupo adecuadamente es darle a cada una de ellas un tiempo proporcional, es decir, por ejemplo, que una cuarta parte del tiempo los jóvenes participen del estudio bíblico, otra cuarta parte se relacionen de forma directa con el Espíritu Santo, otra cuarta parte que el líder sea un facilitador, y en la última parte que los integrantes del grupo aprendan los unos de los otros. La mayor parte de nuestras reuniones se encuentran en un gran desequilibrio en ese sentido, de modo que se requiere de mucha disciplina y creatividad para llegar a lograr una armonía entre las diferentes partes. Pero, dado que nuestra meta es la educación y no la enseñanza, es un reto que vale la pena asumir.

La Biblia.

Para poder descubrir las enseñanzas que allí se encuentran, las personas necesitan un contacto directo con la Biblia. Muchos líderes piensan que basta con explicarles lo que ella dice, pero no es así. Los jóvenes necesitan escuchar las palabras tal como Dios las inspiró o leerlas ellos mismos. Y aún más. El contacto con la Biblia no debe ser superficial, como participar juntos de una lectura en voz alta, sino una oportunidad para la comprensión y el análisis personal.

La forma de este «contacto directo» varía de acuerdo con las características de los integrantes del grupo: su edad, estilos de aprendizaje o nivel de preparación formal. Por ejemplo, si son adolescentes, funciona muy bien una dramatización, la cual pueden preparar basándose en un pasaje (deben leer bien el texto para saber cómo dramatizarlo). En cambio, un grupo de universitarios tal vez preferiría preparar una lista de preguntas que quisieran hacerles a los personajes de la historia. Una actividad sencilla podría ser, por ejemplo, que respondan una serie de preguntas, individualmente o por parejas (ya que si hay más de tres personas que trabajan juntas probablemente haya algunos que no participen). Es importante variar la dinámica de estudio para que los jóvenes no se aburran y para atraer a aquellos que no tienen un estilo de aprendizaje lingüístico con técnicas visuales, lógicas, ambientales, musicales o rítmicas, corporales, u otras.

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