Tiempo para el crecimiento

Si eres consciente de que estás llamado a llevar a cabo un proceso educativo con los jóvenes que el Señor ha puesto bajo tu mayordomía, la primera cosa que debes entender acerca de la educación es que exige tiempo. Hace falta tiempo para que las personas crezcan y maduren. Si piensas en tu propia experiencia espiritual, te darás cuenta de que el Señor ha estado trabajando contigo durante varios años, quizás más de los que pensabas. Una mirada a nuestra propia realidad como creyentes nos muestra que, no importa el estado espiritual en el que nos encontremos, todavía falta mucho trabajo por llevar a cabo en nuestras propias vidas.

Además, no todas las personas crecen al mismo ritmo. Hay jóvenes que son más precoces que otros en su desarrollo físico e intelectual. Sin duda lo habrás notado. Lo mismo sucede con el crecimiento espiritual. Cada persona tiene un ritmo diferente de crecimiento. Unos necesitan más tiempo que otros para desarrollarse y para que en sus vidas se produzcan los cambios necesarios. Las barreras a vencer, los hábitos que necesitan cambiar, los pecados que deben dejar de practicar son diferentes en la experiencia de cada joven. Asimismo ocurre con el tiempo que precisan para madurar y crecer.

Resulta clave entender esta realidad. Si lo hacemos, evitaremos perder la paciencia con determinados muchachos y muchachas por no crecer con la misma celeridad que otros.

Evitaremos también hacer comparaciones que puedan resultar negativas y nos daremos cuenta y valoraremos la singularidad de cada joven, reconociendo, además, que el Señor tiene un tiempo y un plan específico para cada uno de ellos y lo llevará a cabo según su propósito. En Filipenses 1:6, Pablo afirma: Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús.

En su libro titulado Tres pasos adelante, dos pasos atrás, el famoso escritor cristiano Charles Swindoll desarrolla la idea de que el crecimiento cristiano no es un camino continuado en el que avanzamos de forma constante hacia adelante. Más bien hay momentos en que avanzamos rápidamente y otros en los que parecemos ir para atrás.

Podemos apreciar este proceso en el mar, cuando sube la marea. Las olas van y vienen, pero el avance es seguro, como bien lo sabrás si en algún momento se te han mojado zapatos, ropa o libros que pensaste haber dejado lejos del agua. De igual forma, en nuestras vidas lo importante es que el resultado final sea de un crecimiento positivo, debido a que los avances siempre son mayores que los retrocesos. Esta realidad nos demuestra que el tiempo es un factor importante, ya que los retrocesos de alguna manera nos hacen «perder tiempo», y debemos recuperarlo antes de poder seguir adelante.

Pablo Martinez, médico psiquiatra y autor del libro Abba Padre: psicología y teología de la oración, concuerda en que el crecimiento no estaría bien representado por una línea recta en continua progresión ascendente. En cambio él propone la teoría de la espiral del crecimiento. Como el nombre da a entender, esta teoría ilustra el crecimiento cristiano con una espiral, con sus subidas y sus bajadas. Ahora bien, lo importante es que cada bajada sea superada durante la siguiente subida. De ese modo, el crecimiento continuado, con sus altos y bajos, estará plenamente garantizado.

Sin duda todos recordamos haber experimentado retrocesos en nuestra vida espiritual y hemos comprobado que etapas que aparentemente estaban superadas vuelven a representar un problema en nuestra experiencia cristiana. En ocasiones así, el desánimo y la frustración pueden hacerse presentes. Es entonces cuando resulta importante recordar la teoría del crecimiento en espiral.

La Biblia compara a menudo la experiencia cristiana con la vida física o biológica. Todos sabemos que el desarrollo de una vida implica tiempo y que pasa por diferentes etapas. La Escritura habla del nuevo nacimiento, de ser como niños recién nacidos y habla de ser maduros en Cristo. El apóstol Pablo llamaba a los Corintios niños de pecho (3 Corintios 3:1-2) y el escritor del libro de los Hebreos nos narra una interesante situación en el capítulo 5, versículos 11 al 14:

Sobre este tema tenemos mucho que decir aunque es difícil explicarlo, porque a ustedes lo que les entra por un oído les sale por el otro. En realidad, a estas alturas ya deberían ser maestros, y sin embargo necesitan que alguien vuelva a enseñarlas las verdades más elementales de la palabra de Dios. Dicho de otro modo, necesitan leche en vez de alimento sólido. El que solo se alimenta de leche es inexperto en el mensaje de justicia; es como un niño de pecho.

En cambio, el alimento sólido es para los adultos, para los que tienen la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo, pues han ejercitado su facultad de percepción espiritual.

Interesante pasaje, ¿no crees? Se nos habla de creyentes que a pesar del tiempo transcurrido, todavía son niños inmaduros cuando deberían ser adultos espirituales. Bien, utilizamos este pasaje para ilustrar que la experiencia cristiana, como la vida biológica, implica tiempo y se da en diferentes etapas.

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