Hemos mencionado varias veces el peligro que significa para la vida de un joven que se dé por sentado que, porque participa siempre de las actividades, está convertido. Sin embargo, también es peligroso para el grupo. Suele suceder que si alguien tiene talento o buena disposición le asignemos responsabilidades dentro del grupo (y está bien que todos trabajen y realicen aportes). El peligro surge cuando ponemos a algún simpatizante en un rol de autoridad y le damos responsabilidades que requieren un liderazgo espiritual. Por ejemplo, Nicodemo era un líder religioso. Todas las personas de su entorno lo consideraban un hombre espiritual y sabio; sin embargo él no tenía la capacidad de entender las enseñanzas de Jesús porque no había «nacido de nuevo» (Juan 3:3). Un simpatizante no ha incorporado a su vida muchos de los valores y prioridades que tenemos los que integramos la pastoral juvenil, porque, como dice Pablo, «El que no tiene el Espíritu no acepta lo que procede del Espíritu de Dios, pues para él es locura. No puede entenderlo, porque hay que discernirlo espiritualmente» (1 Corintios 2:14).

Lo bueno del simpatizante es que está a nuestro alcance. Nicodemo fue a buscar a Jesús. Quería saber más acerca de él y de sus enseñanzas. La estrategia de Jesús nos da la pauta del modo en que podemos ayudar al simpatizante. Amablemente y sin agresividad, se hicieron evidentes las deficiencias de Nicodemo (su escasa comprensión y compromiso): «Si les he hablado de las cosas terrenales, y no creen, ¿entonces cómo van a creer si les hablo de las celestiales?» (Juan 3:12). Jesús también le explicó de forma muy clara y sencilla lo que debía hacer para cambiar su condición espiritual:

Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios. Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos. Pues todo el que hace lo malo aborrece la luz, y no se acerca a ella por temor a que sus obras queden al descubierto. En cambio, el que practica la verdad se acerca a la luz, para que se vea claramente que ha hecho sus obras en obediencia a Dios (Juan 3:16-21).

Antes de comenzar una relación personal con Dios, la persona debe darse cuenta de que no la tiene. Debe ser capaz de distinguir entre la religión (aun el cristianismo) y una relación personal con Dios. A pesar de lo simpático que pueda ser, y de la alegría que nos provoque el que integre la comunidad, tarde o temprano el simpatizante deberá saber que le hace falta algo para formar parte de la familia de Dios: ser adoptado por el Padre, a través de la sangre de Cristo.

Extracto del libro “Raíces”.

Por Félix Ortiz.

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