Hemos presentado el discipulado como un proceso educativo y el medio que precisamos para llevar a cabo la pastoral juvenil. Sin embargo, debemos ir con cuidado, ya que no todo lo que en el mundo cristiano se define y presenta como discipulado corresponde al modelo bíblico. En la palabra de Dios la educación no se identifica con la mera transmisión de información; ya hemos hablado anteriormente de ello. Tampoco se identifica con el aprendizaje de ciertas técnicas, tales como presentar un folleto, guiar un grupo, y cosas de ese tipo. De hecho, identificaríamos la transmisión de información primariamente con la enseñanza. Mientras que al aprendizaje y dominio de ciertas técnicas y habilidades lo identificaríamos de forma primordial con la capacitación o el adiestramiento. Ambos, la enseñanza y el adiestramiento, son recursos que se utilizan en el discipulado. Sin embargo, es importante que no confundamos el discipulado con aquellos. La educación se sirve de ambos para sus objetivos, los usa como medios, pero va mucho más allá.

En algunas iglesias y comunidades locales se llama discipulado a la preparación que los nuevos creyentes reciben. Ese nombre es aplicado por otras congregaciones a la preparación que se les da a los catecúmenos antes de su bautismo. Por último, en otros ambientes se identifica al discipulado con programas, cursos o seminarios de capacitación. Si bien todo lo anteriormente dicho puede formar parte del proceso educativo, no debe confundirse ni igualarse con él. Por eso resulta primordial tener una perspectiva bíblica del discipulado y no confundirlo con un programa o un cursillo.

El discipulado en los Evangelios

El discipulado no es un invento cristiano. Las escuelas filosóficas de la antigüedad ya poseían y habían desarrollado este concepto. De la misma forma, los maestros judíos de la ley tenían sus discípulos, que aprendían de ellos acerca de la comprensión y aplicación de la ley. Jesús tuvo sus discípulos así como cualquier otro maestro judío. En el mundo grecorromano la palabra adquirió dos sentidos fundamentales: aprendiz y adherente. La clase de adhesión estaba condicionada por el tipo de maestro, bien fuera este un filósofo o un líder religioso.

En los Evangelios, el discipulado se asocia primaria y principalmente con seguir a Jesús. Si bien la imagen dominante de esas narraciones es Jesús rodeado de su fiel grupo de amigos, eso no debería engañarnos y transmitirnos meramente un cuadro romántico de compañerismo íntimo. Seguir a Jesús implicaba, pues así él lo requería, pagar un precio. Exigía un compromiso de vida, que entre otras cosas llevaba implícito un cambio en la forma de pensar y de vivir y una nueva meta o finalidad para la existencia. El viejo estilo de pensar y de vivir debía ser desechado; había que incorporar uno nuevo y desarrollarlo después.

El discipulado como estilo de vida, como seguimiento de Jesús, implicaba una respuesta a su llamamiento y una disponibilidad a pagar el precio. El seguimiento de Jesús era tan radical que se lo identificaba con una nueva manera de vivir que comenzaba con el arrepentimiento, palabra griega que significa cambio de mente y pensamiento. La idea de arrepentirse implica volverse de todo aquello que nos aparta del Señor, y también volverse hacia él. Y entablar una relación personal con él.

En los evangelios, el discipulado no se percibe como una actividad o una práctica religiosa. Se lo considera una forma diferente de vivir, un proceso que dura toda la vida, costoso y, en muchas ocasiones, doloroso. Jesús invita a la gente a tomar la cruz y seguirlo.

En los relatos de los cuatro evangelistas, el discipulado también aparece identificado con la relación que se establece entre Jesús y aquel pequeño grupo de discípulos que se asocian con él. Vemos a un grupo de personas, altamente comprometidas, que siguen a un líder y aprenden de él. Él, a su vez, está absolutamente comprometido con ellos, con su crecimiento y desarrollo. Ese grupo aprende del líder no solo en situaciones formales de enseñanza, sino más bien, y a menudo mucho más, en las situaciones de la vida real y por medio del ejemplo y la dedicación del líder. Jesús, con su ejemplo, les proporciona un claro modelo de todos aquellos conocimientos, convicciones y conductas que desea que ellos desarrollen e incorporen en sus propias vidas.

Extracto del libro “Raíces”.

Por Félix Ortiz.

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