El stencil, más autóctono y reciente

Aparte de los graffitis multicolores, hay otro tipo de gráficos que adornan—o ensucian, según como se vea—nuestro paisaje desde finales de 1990. Los stencils llegaron para quedarse. Generalmente monocromáticas, estas leyendas confeccionadas con planchas perforadas y pinturas en aerosol, suelen ser creadas por manos punks y hardcores, sin mencionar algún que otro militante de tendencias izquierdistas.

Este tipo de print está ampliamente presente en las calles de la Capital argentina, y su paternidad es asumida por varios grupos, entre ellos los capitalinos Bs As Stncl (de corte artístico) y los Burzaco Stencil (cultores del punk art), de esa ciudad. Pero este fenómeno tiene sus representantes en cada vez más ciudades del interior, entre las que se encuentran Mar del Plata, Mendoza, Rosario, Córdoba y muchas más.

La Plata tampoco escapa de la impronta stencilera que se aposta cerca de las escuelas, facultades y demás edificios públicos. Las plantillas suelen ser pequeñas—explican los expertos—para hacer más rápido el dibujo y de ese modo evitar ser vistos por la policía o los vecinos.

—El stencil, que es una antigua técnica de grabado a la vez sencilla y barata, resurgió en los últimos meses como una forma de intervención urbana, de señalamiento, similar al graffiti y con la que se pretende llamar la atención del transeúnte con un mensaje que llame a la reflexión, pero casi siempre utilizando la ironía y el humor como vehículo—dice Diego Garay, de la facultad de Bellas Artes de la UBA—.

Los diseños (muchos de ellos se bajan por Internet) se caracterizan por sus mensajes de índole ecologista, social y por supuesto política, como ser la guerra con Irak, la visita de Bush a nuestro país en la Cumbre de las Américas, y mensajes ideológicos combinados con una pizca de ironía que hacen temblar hasta a las paredes.

Este tipo de arte urbano cobró fuerza en nuestro país con la crisis del 2001. Algunos de los testigos lo cuentan de primera mano: “Se iba el presidente, sonaban los cacerolazos, todos estábamos con una actitud de ‘hay que moverse’. Y esta herramienta era ideal para expresarse”. Otro, Boris, que vino a Buenos Aires luego del atentado contra las Torres Gemelas con una carga por expresar sus sentimientos, dice: “En el 2001 no había otro lugar para decir cosas más que en la calle. Las ideas a mostrar, la instauraron como medio de comunicación, y lo más importante es que los jóvenes ya la tienen como propia”. Lo cierto es que, citando a Tester, de Run Don’t Walk: “En toda revuelta histórica las paredes fueron las que hablaron”.

Pero cuando el boom se tornó público y mediático, como ser cuando el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires invitó a una pintada permitida, varios stencileros de alma dieron un paso al costado. O cuando algunas marcas de ropa y cerveza regalaron planchas con sus logos u organizaron concursos de pintadas auspiciadas por ellos, varios de ellos prefirieron volver a sus casas con la mano marchita y la pintura bajo el brazo.

Otro dato: sus autores, mayormente adolescentes que se estiran hasta los treinta años de edad, tienen por costumbre estampar sus propias remeras. Una forma más de la búsqueda de identificación juvenil.

Extracto del libro Tribus Urbanas

Por María J. Hooft

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