El Diccionario Bíblico define redención como “rescate”. También amplía: “Soltura o liberación de la cautividad, esclavitud o muerte, por la paga de un precio llamado rescate”. El término tiene un doble significado: por un lado habla de la paga de un precio y por otro, de la liberación de un cautivo. En suma, redimir es comprar de nuevo, apropiarse mediante un precio, en este caso la sangre de Cristo derramada en la cruz por todos los hombres. “Él nos libró de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención, el perdón de pecados” (Colosenses 1:14). Hasta aquí todos estamos familiarizados con el concepto clásico de redención.

En los años 90, con el movimiento de intercesión y guerra espiritual, la Iglesia incorporó la noción de que Dios no solo redime individuos sino también ciudades o naciones, como si ante sus ojos se trataran de personas. De hecho, Jesús mismo reprendió a las ciudades de Betsaida y Corazín por su incredulidad ante tantos milagros portentosos y les habló como si fueran individuos (Mateo 11:20-24).

Otro caso en que se muestra la forma de tratar de Dios con las ciudades y países está en Mateo 25:31-46, pasaje titulado “El juicio a las naciones” y donde se explica que en el tiempo final cada nación comparecerá por su responsabilidad y desempeño colectivo ante el Rey de reyes.

John Dawson en su libro Healing America’s Wounds [Sanado las heridas de América] afirma que “casi toda La Biblia está escrita para entidades corporativas: a la simiente de Abraham (etnicidad), al pueblo de Israel (nacionalidad), a los ciudadanos de Jerusalén (lugar) o a los cristianos de Roma (comunidad)”.135 Estos son algunos de los ejemplos que nos muestran la visión de Dios para las ciudades.

También por esa época aprendimos el concepto del “don redentor” de las naciones y en términos generales fue bien asimilado por las distintas franjas del cristianismo. Un don redentor es “aquello que tiene el poder de bendecir el mundo y que es producto de sus atributos únicos”136, lo que contribuye a mostrar una parte del carácter de Dios; por ejemplo: de los italianos, su pasión; de los latinos, su afectividad; de los asiáticos, su diligencia, etc.

Dawson, en otro de sus libros que por esos años revolucionó el ámbito de la guerra y cartografía espiritual, La reconquista de tu ciudad, decía que las ciudades poseían una suerte de “alma”. Veamos cómo lo expresa:

La ciudad es una institución humana y, como todas las instituciones, desarrolla una personalidad que es mayor que la suma de sus partes. (…) Piense con respecto a la personalidad de su ciudad. El célebre historiador Arnold Toynbee, en su introducción al libro Cities of Destiny [Ciudades de destino], define la ciudad de la siguiente manera: “Para convertirse en ciudad, tendría que evolucionar por lo menos a los rudimentos de un alma. Esta es quizás la esencia de alcanzar la calidad de ciudad”. Como intercesor cristiano hallo muy interesante la observación de Toynbee. ¿Tiene “alma” una ciudad, como lo propone él? Cualquier observador sagaz puede ver que ciertas ciudades parecen incorporar un sueño central y, por lo general, hay un lado bueno y un lado malo de ese sueño.

Ahora bien, si Toynbee y Dawson, dos reconocidos investigadores espirituales, están en lo cierto, y usamos esta misma noción (partiendo de la premisa de que las ciudades están compuestas de culturas y sus múltiples subculturas), ¿podríamos acaso descubrir en Dios “el alma” de una subcultura juvenil, su personalidad, su ADN espiritual? ¿Sería posible que ellas posean un don redentor (el propósito para el cual fueron creadas y la “personalidad” que les fue dada para poder cumplir mejor ese propósito) que debamos descubrir y explotar al ganarlas para el Señor?

La reflexión continúa, explicando este último concepto: Determinar el don redentor de su ciudad es más importante aun que discernir la naturaleza de su principado maligno. Los principados gobiernan por medio de la perversión del don de una ciudad de la misma manera que un don individual es vuelto para el uso del enemigo mediante el pecado.

Por eso mismo, al presentar la noción de transculturizar (atravesar con el evangelio) en vez de contraculturizar (una estrategia de choque, que se opone y destruye a la otra cultura) al comienzo de este libro, yo hablaba del “alma” de una subcultura. Descubrir la “identidad” de una subcultura, cómo se creó, qué quiere desesperadamente comunicarnos, qué tiene para ofrecernos como sociedad y cómo puede ser redimida y representar una parte del carácter de Dios, para algunos puede parecer una locura, pero creo que es perfectamente posible si somos sensibles al Espíritu Santo.

Antonio Cruz afirma que “la subcultura juvenil (…), debiera ser llevada por la evangelización a superar su segregación sin que se perdiera la propia identidad”.

(CONTINÚA… DALE CLICK ABAJO EN PÁGINAS…)

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí