No sería completa la visión del proceso educativo si no mencionáramos algunos peligros que pueden darse mientras lo llevamos a cabo. Conocerlos nos ayudará a estar alerta a los síntomas que nos indiquen su presencia. Además, nos permitirá poder enfrentarlos y superarlos.

El peligro de los extremos

Los seres humanos tenemos la natural inclinación a buscar los extremos. Pasamos con una rapidez sorprendente de uno a otro, en amplios movimientos pendulares. Debemos, por tanto, evitar volvernos extremistas en nuestro enfoque del discipulado. Habitualmente se dan dos extremos que debemos evitar a toda costa. El primero es centrarnos excesivamente en las relaciones, enfatizar el aspecto personal y humano del proceso educativo. Al caer en ese extremo podemos olvidar que el discipulado ha de tener unos objetivos (bíblicos, por supuesto, pero objetivos al fin), un contenido, y una metodología. Relacionarse puede ser una herramienta para discipular, pero no constituye un discipulado per se.

El segundo extremo es hacer excesivo énfasis en los aspectos «técnicos» del discipulado. Cuando caemos en ello, nos centramos en los objetivos, planes, contenidos, perfiles de actuación, métodos de evaluación, y otros, y nos olvidamos de la profunda relación que debe existir entre un discípulo y su discipulador o educador. Hemos, por tanto, de buscar un buen equilibrio entre el lado técnico y el lado humano del discipulado.

El peligro de no ver a la persona integralmente

Un peligro del proceso educativo es no ver a las muchachas y muchachos como personas integrales. En ocasiones tan solo vemos «almas» que precisan ser salvadas. Ignoramos que los jóvenes no tienen únicamente un alma que salvar. También hay otras dimensiones en su personalidad. Son seres emocionales, intelectuales, sexuales, sociales.

Dios no ha venido a salvar almas. Él viene a salvar personas y a salvarlas en su integridad. Dios no se preocupa exclusivamente por nuestras «áreas espirituales» sino por todo nuestro ser, por todo lo que somos. La salvación implica una redención y transformación de toda nuestra personalidad; afecta íntegramente nuestra personas. Perdemos la perspectiva bíblica cuando no tenemos una visión integral del joven. Además, dificultamos nuestro trabajo educativo.

Recordarás la famosa película Titanic. Pues la razón por la que finalmente se hundió el poderoso navío fue la total carencia de compartimientos estancos. El barco había sido diseñado de tal manera que no existía separación hermética entre unos departamentos y otros. Por tanto, al inundarse una parte, el agua automáticamente pasaba al siguiente departamento.

De la misma manera en que los diferentes departamentos del Titanic se comunicaban entre sí y lo que sucedía en uno afectaba al otro, las diferentes partes, esferas o ámbitos que constituyen la vida del joven están relacionadas entre sí y se afectan mutuamente. Los problemas emocionales del joven actúan sobre su espiritualidad; los problemas espirituales pueden tener su repercusión emocional y social, y del mismo modo se afectan otras esferas entre sí. Los efectos de unas áreas sobre las otras pueden ser muy variados, pero sin duda existen. A menos que tengamos una clara perspectiva integral del joven, o sea bíblica, no estaremos en condiciones de lograr un impacto educativo.

El peligro de que la forma se imponga a la función

La forma de cualquier objeto ha de estar necesariamente determinada por la función que realice. Este es un principio básico en diseño. La silla en la que te sientas, la computadora que utilizas, las diferentes herramientas mecánicas, los utensilios de la cocina, todo ha sido diseñado con una determinada forma para poder llevar a cabo una función específica.

Cuando se necesita cumplir con ciertas funciones (sea escribir, sentarse, cocinar, transportarse) se desarrollan objetos con la forma adecuada para poder llevarlas a cabo: pluma estilográfica, lapicero, procesador de textos, butaca, sillón, sofá, sartén, batidora, cuchillo, avión, automóvil, patines, y una infinidad de otras cosas. Lo mismo sucede en el ámbito espiritual.

Con el paso del tiempo las formas tienen la tendencia a volverse fuertes y confundirse con las funciones. En el siguiente estadio, la forma llega a suplantar a la función para la que fue creada.

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