Preparar a los adolescentes para salir del hogar

Miles y miles de padres han vivido esta escena, todos sabiendo que era inminente, no obstante, estando un poco desprevenidos cuando llega el mero día. Esta es la meta final que necesita lograrse. Como padres, necesitamos ver la emancipación del hogar como una meta importante y piadosa. Para esto nos llama Dios, para preparar a nuestros hijos para ser contribuyentes importantes de la obra del Reino de Dios. Por lo mismo, pasamos años preparándolos, y luego los enviamos al mundo. ¡No! no nos pertenecen; nunca fueron nuestros. Siempre han pertenecido a Dios, quien nos eligió como sus agentes de crecimiento, madurez y preparación. No debemos desear que sean dependientes y muy atados a nosotros. Debemos desear que sean capaces de permanecer firmes y contribuir mucho. Debemos desear ser capaces de decir con alegría: «¡Sé libre!» sabiendo que tienen todo lo que necesitan para hacer lo que Dios los ha llamado a realizar. Esta es la meta de todos esos años de trabajo paternal.

Saliendo del Hogar demasiado pronto

No tienes que ver mucho a tu alrededor para darte cuenta que muchos adolescentes en nuestra cultura y en nuestras iglesias están saliendo del hogar demasiado pronto y muy poco preparados. Su partida no es parecida a la escena cálida familiar que describí anteriormente. Estos son muchachos que desde la edad de trece, catorce o quince comienzan a decirse a sí mismos que se irán de casa lo antes posible. Anhelan llegar a los dieciocho años, cuando se hayan graduado de la preparatoria y puedan realizar, de hecho, su propia liberación. Cuando estos muchachos se van, no dan un «gracias» con calidez.

Se van con palabras airadas o sin palabras porque la relación con sus padres desde hace mucho se rompió.

Al haber aconsejado a muchos adolescentes y a sus padres, ha sido muy claro para mí que son pocos los adolescentes que se van por causa de las reglas. ¡No! Ellos se van por causa de la relación. Se van porque la relación con sus padres se ha puesto tan mal, tan airada, con tanta confrontación, tan adversativa que ya no soportan vivir bajo el mismo techo con ellos. Tristemente, esto pasa con frecuencia en los hogares de creyentes. Esto no quiere decir que estos adolescentes no sean rebeldes. Usualmente lo son, pero es la ruptura en la relación lo que, al final de cuentas, los ahuyenta de la casa, sin preparación para vivir vidas piadosas y productivas en un mundo caído.

Lo que ocurre es que los padres, en su deseo de lograr que su adolescente haga lo que es correcto, permiten que su propio enojo, amargura y espíritu implacable corrompan y distorsionen todo el proceso. Antes que se den cuenta, casi son incapaces de tener una conversación con su hijo o hija que no esté teñida con su enojo. Sus palabras cada vez más se vuelven denigrantes, juiciosas y condenatorias. Se permiten ser sorbidos en batallas de palabras, usando el arma del fracaso del otro, para ganar la guerra del poder. Al hacer esto, se olvidan de su propia experiencia del amor paternal de Cristo. Cuando aún eran pecadores, él murió por ellos. Es su bondad la que los dirige hacia el arrepentimiento. Es su gracia la que sobrepasa la profundidad y la anchura de su pecado. Su gracia nunca es transigente con respecto a lo que es correcto, nunca dice que está bien el pecado, pero trae poderosamente un amor perseverante a aquel que nunca podría ganarlo por su propia justicia.

Los padres que siguen el ejemplo de Cristo no corrigen sin el evangelio de gracia como parte del mensaje. No amonestan sin señalar hacia la realidad del amor de Cristo. Consideran cada caso de problema, fracaso y pecado como otra oportunidad para enseñar al adolescente a entregarse a Cristo. Nunca dicen que lo malo está bien, pero siempre tratan lo malo de tal manera que se describan las realidades gloriosas del Evangelio. Y nunca tratan de hacer con el poder de sus palabras o la seriedad de su disciplina lo que sólo Cristo puede hacer al entrar en el corazón del adolescente por su gracia. El tema preeminente en sus hogares no será su desilusión y su enojo por los fracasos de su adolescente. El tema preeminente será Cristo. Él dominará los tiempos de fracaso como Perdonador y Liberador, y dominará los tiempos de obediencia como el Guía y Fortaleza. En cada experiencia se acudirá a él, y se le dará gloria. Los adolescentes que viven en hogares como éstos, con regularidad se sorprenderán por el amor de sus padres y la gracia de Cristo quien los ha escogido para vivir en una familia donde el amor redentor de Cristo reina supremamente.

Extracto del libro «Edad de Oportunidad».

Por Paul David Tripp.

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