Ella estaba en el pórtico mirándolo estrujar dentro del carro otra caja de «cosas». Intentó al máximo ocultar sus lágrimas y ver a un joven bien preparado, pero cada vez que miraba, su mente se llenaba de imágenes del niño de pantalones vaqueros sucios, ostentando un bigote de leche, y pidiendo sólo una galleta más de chocolate. Se preguntaba cómo le iría. Él iba a vivir a miles de kilómetros de distancia en una universidad importante. Ya habían estado allí juntos y todos los arreglos necesarios se habían hecho, pero esta vez él iría solo. Así lo había pedido él, así que ella acordó visitarlo más adelante. Sí, se preguntaba cómo le iría, pero sabía que ella no estaba lista para esto.

Deseaba repetirlo todo de nuevo. Deseaba haberlo hecho mejor. Deseaba tomar a su hijo y pedirle perdón por todos esos momentos en los que debió haber estado allí y no estuvo. Quería expresarle cuanto lamentaba todos los momentos que respondió con irritación cuando le pedía ayuda. Quería retractarse de todas las palabras que dijo airada. Deseaba otra oportunidad en el proyecto de ciencia que resultó en tal desastre y causó tanto conflicto entre ellos. Deseaba regresar a todos los partidos deportivos que parecían ser sin importancia y esta vez, sí asistir a todos ellos.

Deseaba haber sido más fiel en hablar acerca de las cosas del Señor. Deseaba haber sermoneado menos y orado con él más. Quería retroceder el tiempo y ser más amable con sus amigos. Deseaba haber ido con mayor frecuencia a su cuarto, sólo para preguntarle como había estado su día, simplemente para encontrar otra excusa para expresarle su amor. Tenía un temor silencioso de que él se descarriaría en la universidad como tantos otros hijos de familias cristianas. Estaba parada allí y se puso a orar, sin percatarse que había finalizado el proceso de acomodo de las cosas, y que él estaba parado en el pórtico, juntamente con su esposo al lado de ella.

Sus pensamientos acelerados y sus oraciones silenciosas fueron interrumpidas con su voz. «Mamá, ya terminé de subir mis cosas y ya me debo ir. No puedo expresarte cuán agradecido estoy por todo lo que tú y papá hicieron por mí. No se preocupen por mí, ustedes hicieron un buen trabajo. Sé lo que está bien y está mal. Estaré bien». Al decir estas últimas palabras, se abrazaron. Las lágrimas corrieron por el rostro de ella. Ella no lo notó, pero él también lloró. El padre dijo, «Antes que te vayas, vamos a orar». Y con esa oración y un abrazo final, dio un salto fuera del pórtico y luego, al interior de su automóvil.

Ella permaneció en el pórtico abrazada de su esposo mucho tiempo después de haberse alejado el automóvil. No estaba segura porqué permaneció allí o qué estaba mirando. Sencillamente, le parecía una manera de asirse a su hijo un rato más. Luego, su esposo irrumpió en sus pensamientos llorosos y dijo, «Querida, para este momento hemos estado trabajando todos estos años. Es un buen chico y está listo. Conoce al Señor. Estará bien. Además, regresará para Navidad en unos cuantos meses».

Al dirigirse al interior de la casa agregó, «Sé que vamos a extrañarlo, pero debemos estar realmente alegres. Podemos ver el fruto de todos nuestros esfuerzos. Ha valido la pena. Tenemos mucho para estar agradecidos». Ella no respondió. Era difícil para ella no imaginarse en el carro con su hijo, dándole unos cuántos consejos más de última hora. Y era difícil para su mente no recorrer una miríada de «que tal si…». Sabía que su esposo estaba en lo cierto. Nuestra meta como padres es esforzarnos para completar la obra y quedarnos sin trabajo. La meta de los padres es enviar adultos jóvenes al mundo que estén preparados para vivir como hijos de Dios, y como sal y luz en un mundo corrupto y en ruinas. Estaba consciente que su hijo no era su posesión, que pertenecía a Dios, y tanto ella como su esposo eran instrumentos en las manos de Dios. Sabía que este era un momento bueno, una emancipación, pero era difícil estar feliz y difícil no desear tenerlo para darle un poco más de instrucción. No obstante, sabía que había concluido esta fase de su obra en la vida de su hijo, y que debía confiarlo en las manos de un mejor Padre.

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