Permítanme sugerir cuatro verbos que pueden establecer el plan para los padres que desean modelar a Cristo ante sus adolescentes.

El primer verbo es aceptar. Debemos saludar el pecado de nuestros adolescentes con la gracia aceptadora de Cristo. No una aceptación que es transigente con los altos estándares de Dios o su llamado a la confesión y el arrepentimiento, sino una aceptación que conduzca hacia el cambio. Esta aceptación mantiene en alto el estándar de Dios, pero en el contexto de la esperanza encontrada en la cruz de Cristo. Nuestro trabajo como padres no es condenar, juzgar, rechazar o romper la relación. Nuestro trabajo es funcionar como los instrumentos de Dios para el cambio, y la herramienta más poderosa que tenemos es nuestra relación con nuestros adolescentes. Lo que queremos es conducir esta relación de tal manera que su obra florezca en medio de ella.

El siguiente verbo es encarnar. Así como Cristo fue llamado a revelar a Dios en la carne, nosotros somos llamados a revelar a Cristo. Como padres, somos llamados a encarnar el amor de Cristo en todas nuestras interacciones con nuestros adolescentes. Revelamos su amor, paciencia, gentileza, amabilidad y perdón cuando reaccionamos de este modo hacia nuestros hijos (ver Col. 3:12-14). Esta debe ser una de nuestras metas más altas – que Cristo, su carácter y su obra del evangelio sea evidente en la manera como nos relacionamos con nuestros adolescentes.

El tercer verbo es identificar. Hebreos 2:10 dice que Cristo no se avergüenza de llamarnos “hermanos” porque sufrió las mismas cosas que nosotros sufrimos. El es capaz de identificarse totalmente con nuestras duras realidades y tentaciones de la vida en este mundo caído. El pasó por el proceso que estamos ahora soportando. Si Cristo puede identificarse con nosotros, ¡Cuánto más nosotros debemos ser capaces de identificarnos con nuestros adolescentes! A menudo los padres de adolescentes comunican que no son como sus hijos, y de hecho, tienen verdadera dificultad para entender sus luchas. Sin embargo, somos iguales. No existe alguna lucha que nuestro adolescente pueda tener que no hayamos tenido o estemos teniendo. Hay momentos que deseamos dejar a un lado nuestras responsabilidades y olvidar las cosas que no nos gustan hacer. Hay momentos cuando somos voluntariosos, queriendo salirnos con la nuestra. Hay momentos cuando estamos a la defensiva e inaccesibles. Hay momentos cuando pensamos que sabemos más de lo que en realidad sabemos.

Compartimos una naturaleza caída con nuestros adolescentes, y compartimos con ellos un crecimiento progresivo hacia la santidad . No debemos actuar como si fuéramos personas de una clase diferente o como si fuéramos justos por nuestros propios méritos. Debemos andar hombro a hombro con ellos, como el hermano o hermana mayor, señalándoles el único lugar de esperanza: Cristo. Debemos comunicarles que todas las respuestas que les damos, también nosotros las necesitamos.

El último verbo es entrar. Tal y como Cristo entró a nuestro mundo y pasó treinta y tres años conociendo nuestras experiencias, también nosotros debemos separar el tiempo para entrar al mundo de nuestro adolescente (ver Heb. 4.14ss). Esto implica pasar igual cantidad de tiempo haciendo buenas preguntas como escuchándolos hablar. De hecho, la plática con nuestros adolescentes sería mucho más amorosa e iluminadora, si tomásemos el tiempo para conocer a las personas, las presiones, las responsabilidades, las oportunidades y las tentaciones que están enfrentando cada día. Una de las cosas trágicas que ocurren a los padres y a los adolescentes es que dejan de hablar honestamente, significativamente y personalmente. Toda la corrección, instrucción, discusión, debate y disciplina se hace sobre una plataforma de ignorancia.

(CONTINÚA… DALE CLICK ABAJO EN PÁGINAS…)

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