A mí me hizo un click cuando fuimos al baño y vi a mi hermana, pobrecita, como habíamos dormido tan mal estábamos re débiles. La miré y pensé: “Ella ahora tendría que estar en la escuela, no tiene que estar acá”. Todo había salido diferente de como lo habíamos planeado. Entonces llamé a mi casa, yo tenía el número del taller de mi papá. La otra chica con la que estábamos no quería saber nada de volver, porque ella en la casa tenía problemas; pero yo sabía que si volvía me iban a aceptar. Ella no quería, no me dejaba llamar, pero igual lo hice. Yo no podía creer la alegría que tenía mi papá. Nos vino a buscar, nos abrazó y la abrazó a la otra chica; mi papá era un santo.

Las cosas que a mí más me marcaron es que mi familia siempre oró por mí. Y aunque la persona esté en lo más hondo, hay que seguir orando. Mi papá venía a tocar la puerta de mi departamento y yo me estaba cortando las piernas, toda llena de sangre, y no me dolía nada. Tengo la pierna escrita, me la escribí con una aguja. Me encantaba, todo eso me encantaba. Yo veía los demonios; así como había tenido antes la experiencia de ver lo que era el Cielo, vi también otras cosas. Pero en todo tiempo mi familia estaba orando, y yo lo sabía y especulaba con eso.

Puedo asegurar que sentí que Dios nos seguía a todas partes, así hubiéramos ido al fin del mundo Dios hubiera estado. Todas las veces que me quise matar en la escollera [de Mar del Plata], siempre venía alguien y me hablaba, siempre, siempre.

En mi familia, el sentido espiritual estaba muy activado. Mi mamá rodeaba la casa orando por mí, yo creo que no existe otra mujer así, hacía todo lo que podía hacer. Estaba desesperada, ya se estaba volviendo loca, no se cambiaba de ropa. Pasó el tiempo y parecía que nunca se iba a acabar, y le daban palabra profética y ya no sabía en qué creer. Entonces un día, después de nuestro regreso de la Capital, fui de visita a mi casa y desde ahí nunca más me fui. Volví porque sentía que ya estaba, que ya era tiempo de pegar la vuelta. Era como que reaccioné y dije: “¿qué hago acá?”. Me ponía mal porque me acordaba de cosas, o veía algo y recordaba mi identidad verdadera.

“Recordaba mi identidad verdadera”, decía Marian. Esa es una buena oración para hacer por estos jóvenes. Ellos tienen una identidad, son hijos de Dios, y las fuerzas de oscuridad muchas veces hacen una distorsión que aparenta ser tan real, que terminan confundidos.

Extracto del libro “Tribus Urbanas”

Por María José Hooft

2 COMENTARIOS

    • Hola Victor. ¡¡Bienvenido!! Dios siempre está dispuesto a ayudarnos, sanarnos, perdonarnos y bendecirnos. La clave está en qué tipo de decisiones tomamos y cuánto lugar le damos a Dios en nuestras vidas.

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