Otra cosa que hacemos ahora es no dejar que vengan si no quieren venir, porque sus amigos se desesperan por traerlos, por bautizarlos. El primero que viene quiere que vengan otros. Al principio vienen veinte minutos y después se quieren ir, y aprendí a no obligarlos a quedarse, porque el resto del tiempo los chicos los ministran fuera, en la calle, en su lugar.

Ahora uso tácticas completamente diferentes, no les hablo del Espíritu ni nada, trato de ministrarlos de una manera que solos vayan viendo que lo que hacen no es bueno, que Dios es bueno, les voy mostrando el amor de Dios.

—¿Mejor ganarlos y pastorearlos afuera o mejor ganarlos y traerlos para pastorearlos acá?

—M: Lo que yo veo es que la tarea está afuera, los mismos chicos nos dan la clave: “Jesús tenía su iglesia afuera, Jesús trabajaba en la calle, si ustedes nos llevan a la iglesia nos vamos a sentir incómodos”.

En la calle es el mejor lugar para nosotros, el problema es cuando vienen a la iglesia.

—¿Ustedes creen que es mejor dejar a los chicos todos juntos, en grupos homogéneos, o mezclarlos con los otros?

—M: Para mí, no conviene mezclarlos. Aunque los líderes digan que como vienen en grupo van a querer armar su secta; y es obvio, vos cuando venís en banda vas a querer estar con ellos y Dios puede transformar todas las vidas. Jesús tomó un conjunto de pescadores y lo transformó en una grupo de pescadores de hombres y entre ellos había mujeres.

Entre nosotros fue un error tratar de separarlos. Cuando dijeron “ahora están bien y están listos”, se empezaron a apartar. Ellos se necesitaban mucho unos a otros, para ver los progresos y para ayudarse. Son chicos a los que hay que dedicarles mucho trabajo, mucha fuerza, desgastan mucho. Cuando los empiezan a mezclar con otros chicos los problemas de los otros muchas veces son menores, pero no se les tiene que restar importancia, supongo que tienen que estar en otro lado. Este tiene que ser un grupo de ataque específico, como cualquier otro.

—V: Mi familia era espiritista. Yo llegué a la iglesia en un punto en que quería matarme, pensaba que estaba loco, no quería saber nada con nadie. Ahí llegó Matías, lo vi muy parecido a mí, él me hablaba muy humanamente, los demás me hablaban de Dios como una estructura y él no. Me dijo que tenía solución, después entré acá y vi amigos míos. Si bien fue difícil, Dios nos contuvo mutuamente, pero llegó un momento en que por ahí uno estaba mal y tiraba al otro abajo. Estar en grupo es mejor, porque estamos con personas que sienten igual que nosotros y que saben lo que pasamos, pero con una persona a cargo que tenga unción y que sepa lo que hace.

—Quién sea líder ¿necesariamente debe haber pasado por eso? Es decir, ¿tiene que haber sido dark antes?

—M: Sí, y no. Yo lo pasé y es muy bueno, pero a la vez yo tengo un líder [Claudio] que sin haber sido gótico entiende todo, tiene un corazón de pastor. Cuando mi líder empezó a trabajar conmigo se paró delante de mí y me preguntó: “¿qué necesitás?”. Para mí fue como que Dios se me paró y me extendió el cetro. Yo le respondí: “Sácame a los cristianos burócratas de encima. Lucha por mí que yo hago la obra, Dios me va a llevar a donde Él quiera. Por favor, sácame las trabas”. Creo que existe una medida de unción para esto, y el corazón del líder es misericordia, misericordia y misericordia.

—Un consejo final…

—E: Es uno que me dieron en el Ministerio Presencia de Dios: tener actividades todo el tiempo, entre ocho y diez actividades semanales. Donde uno no les ofrece actividades, vuelven al lugar de donde salieron. Cultos, talleres de arte, de teatro, música. A ellos les encanta el arte porque allí canalizan todo su dolor, su tristeza. Y recreación. Yo me los llevé de campamento una vez y viví una experiencia maravillosa. Ellos dicen que no les gusta la luz del sol, pero en esa ocasión estuvieron en carpa, comieron asado, se sacaron la ropa, tomaron sol, estuvieron toda la tarde en la pileta. Los padres, cuando los vieron colorados, no lo podían creer. Es lo que necesitan. Entre ellos había chicos que hacía años que no se sacaban la camiseta.

Extracto del libro “Tribus Urbanas”

Por María José Hooft

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